El contagio

Dentro de la psiquis del ciudadano medio se graba un mensaje: “él es impune, yo soy impune”, y si me agarran con las manos en la masa, pues bueno, busco las salidas propias de un corrupto: tratar de “negociar” el problema. Si ellos lo hacen, yo lo hago.

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Por Max Mojica

2019-11-11 5:30:48

El mal ejemplo es contagioso. Se nos impregna cuando nos movemos en un medio ambiente enrarecido con su tufo. Y es que aprender del mal ejemplo es lo más fácil que hay, es como deslizarse en un tobogán, más cuando nos lo dan los líderes de este mundo: funcionarios públicos, altos ejecutivos empresariales, sacerdotes, pastores, maestros y padres de familia. Para bien o para mal, los ojos de la sociedad están puestos en ellos, dispuestos a imitarlos en sus virtudes y por supuesto, en sus defectos.

En países como el nuestro los analistas hablamos de la “debilidad de las instituciones” para explicar mediante dicha expresión, falencias sociales como la corrupción y la impunidad. Pero ¿qué tiene que ver que una “institución sea débil”, con el mal ejemplo, y por extensión, con todas las tragedias que vivimos en El Salvador?

Te lo explico: cuando una institución es “débil” es incapaz de aplicar la ley. Para el caso, si la Fiscalía General de la República acusa a un alto funcionario por corrupción —pensemos en un presidente—, pero el Órgano Judicial es incapaz de emitir una sentencia condenatoria, esa ineptitud envía un terrible mensaje para todos los ciudadanos: si el líder mi país, que juró cumplir y hacer cumplir la Constitución, nos roba descaradamente a todos y se sale con la suya, entonces ¿por que yo —digamos un pequeño comerciante— me voy a molestar en pagar impuestos, si de todos modos se lo roban y, en todo caso, difícilmente me van a imponer algún castigo?

Para efectos prácticos del ejemplo, resulta irrelevante que se trate de un caso judicial mal presentado por la Fiscalía o que la resolución de “no culpable” provenga de un juez corrupto; la sociedad no entiende esas sutiles diferencias técnicas. Para nosotros da lo mismo: si ese sinvergüenza se salió ¿por qué no puedo hacerlo yo?

Y la cadena continúa. Sucede algo así como cuando hay tierra en la parte alta de las gradas de un parque y empieza a llover: la suciedad que escaleras arriba, se empieza a derramar, poco a poco, hasta llegar al primer peldaño. Todo se ensucia, todo se vuelve turbio. Si sabemos que hay políticos que tienen tratos con organizaciones criminales con tal de ganar elecciones (o hacer que el rival pierda, da lo mismo), y vemos que toda la sociedad lo sabe, la Fiscalía lo sabe, la Policía lo sabe, las dirigencias de los partidos lo saben, sin que “pase nada”, entonces ¿por qué me voy a molestar yo en respetar las reglas del juego, digamos, en cumplir un contrato? ¿Por qué me voy a someter voluntariamente a normas sociales propias de países civilizados, cómo, por ejemplo, cumplir con la básica norma de tránsito de no manejar bajo los efectos del alcohol o la droga? ¿Por qué hacerlo si veo que ellos, los líderes, pueden salirse con la suya?

Dentro de la psiquis del ciudadano medio se graba un mensaje: “él es impune, yo soy impune”, y si me agarran con las manos en la masa, pues bueno, busco las salidas propias de un corrupto: tratar de “negociar” el problema. Si ellos lo hacen, yo lo hago.

Sacerdotes, pastores y maestros tienen una enorme responsabilidad social depositada sobre sus hombros y cuando su autoridad es cuestionada por su mal ejemplo como cuando cometen delitos sexuales en perjuicio de menores de edad (solo por citar un caso), a falta de coherencia de sus palabras con sus hechos, todo lo que predica y enseñan no sirve para nada.

El tufo a corrupción social, política y moral se nos impregna. Como vivimos en esta sociedad, no lo notamos, pero cuando viajamos nos damos cuenta de cuán primitivos somos al contrastar nuestras costumbres locales con las que se viven en sociedades en donde prevalece un “temor a la ley”. Ese el contagio, la única vacuna para prevenirlo es el buen ejemplo; y el buen ejemplo se da cuando el Estado de Derecho funciona, castigando a quien comete delitos, punto.

Abogado, máster en Leyes.
@MaxMojica