Educarse es distinguirse

La distinción de aprender y educarse es un deber acuciante para el país. Cuando un pueblo se instruye, nada ni nadie puede engañarlo. Cuando aprendemos a analizar a través del estudio y la experiencia, eso nos beneficia con una marca de mérito y virtud.

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Foto EDH / Menly Cortez

Por Eleonora Escalante

2019-12-14 8:21:41

Conversar con personas educadas es una bendición extraordinaria. Cada ser humano que logra formarse y se esfuerza por preparar su mente para pensar y analizar bien en la vida, es capaz de aportar a sí misma y a los demás de manera sabia. También cuando una persona se educa es capaz de tomar decisiones tanto en su vida personal como en su quehacer profesional de una forma más equilibrada. Por otra parte, el bienhechor que se cultiva en algo es usualmente una fuente de inspiración para otros. Es un deleite escuchar, leer y compartir con alguien que se ha esmerado en capacitarse detenidamente para crecer intelectualmente, o que ha invertido su tiempo contra viento y marea para hacerlo.

Por supuesto, cada quien, ya sea que se instruya formalmente o no, puede originar un manantial de ideas e iniciativas que en paralelo se desarrollan a través de la experiencia. Sin embargo, adquirir un diploma académico universitario es un pre-requisito básico en estos días.

Cuando estamos frente a aquellos que se han instruido con dedicación, se nota. Su conocimiento y solidez son obvios. Cuando la instrucción académica es acompañada de muchos años experiencia existe un recelo por la perfección, delicadeza y precisión en el trabajo. Actualmente y aunque a través de los medios digitales, se aprende de lo que otros especialistas saben, el entrenamiento no termina allí. Se requiere de mucha práctica y la validación con un diploma de reconocimiento por pasar exámenes de honor al mérito por el esfuerzo.

Nuestros ancestros se conformaban con enseñar un oficio a sus generaciones venideras. Usualmente el hombre recibía instrucción razonable en una escuela, mientras la mujer quedaba apartada para el hogar y sus múltiples formatos de limpieza y servicio. Gracias a Dios, en los últimos 100 años, la mujer ha sido capaz de superarse, y no solo educarse, sino que también puede trabajar en cualquier disciplina. Se ha alcanzado justicia con la educación intelectual para hombres y mujeres, aunque en algunas sociedades se tenga que trabajar más por ello.

Las ideas anteriores me provocan reflexionar al respecto. En El Salvador, hay muchos jóvenes que lamentablemente no desean instruirse más allá de los 11 años de educación primaria y secundaria. Sólo uno de cada 10 estudiantes que entra a la universidad logra graduarse. La mayoría de los universitarios se atrasa o deserta de sus estudios. Razones hay muchas: encontrar un trabajo, redituar dinero, ayudar imperativamente en su hogar o casarse y formar una nueva familia.

Si bien es cierto siempre habrá baches en el camino, estamos obligados a exhortar a los jóvenes a continuar estudiando, regresar de nuevo a cultivarse y no conformarse con el bachillerato. Hay trabajos bien pagados que exclusivamente son para aquellos que tienen algún grado de especialización comprobada. Cuando se estudia más años, la educación permite desarrollar nuestro cerebro a plenitud y distinguirnos por nuestro conocimiento. Educarse no solo es para ganar más dinero, sino para ayudar al desarrollo de los demás.

La distinción de aprender y educarse es un deber acuciante para el país. Cuando un pueblo se instruye, nada ni nadie puede engañarlo. Cuando aprendemos a analizar a través del estudio y la experiencia, eso nos beneficia con una marca de mérito y virtud. Finalmente, podemos compartir el conocimiento con propiedad; con un grado de libertad increíble. Con la entereza y confianza requerida para interactuar a la altura de otros pueblos aún más educados que nosotros.

La distinción de aprender es más que una opción y educarse es una necesidad urgente e ineludible para El Salvador.

Eleonora Escalante Strategy

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