Prestigio académico

Tenemos que elevar la escolaridad del país; necesitamos más ingenieros y doctores. Pero no habrá ningún cambio en el modelo económico ni disminución de la pobreza mientras sigamos haciendo lo mismo.

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Marcelo Arévalo, tenista salvadoreño en una competición anterior. Foto / Cortesía INDES

Por Oscar Picardo Joao

2021-03-29 6:33:43

La palabra prestigio posee diversas acepciones: representa algo que supone una fascinación, algo que tiene una influencia o autoridad, o también un truco que se usa para engañar. La etimología del concepto proviene del latín praestigium (acto de magia).
En términos generales, cuando utilizamos la palabra prestigio nos referimos a reconocimiento, respeto o consideración de alguien o algo, fruto o resultado de su mérito o trayectoria. En uso menos frecuente, también puede ser alucinación, sugestión, encantamiento o deslumbramiento a que le atribuye a la magia y causado por medio del sortilegio.
En el mundo universitario el prestigio es una construcción compuesta por diversos elementos: La antigüedad y tradición, los lugares en los rankings (U.S. News & World Report), la cantidad de premios Nobel –docentes o graduados-, el tamaño de su presupuesto, la especialidad de su oferta académica, las patentes, su retorno de inversión y su aparato deportivo.
Por ejemplo, excelencia académica, selectividad en las admisiones y elitismo social son tres características de la “Ivy League” (Harvard, Penn, Cornell, Yale, Brown, Princeton, Columbia, Dartmouth); por cierto, esta presión social por ingresar a estas universidades extremadamente caras generó un problema que afectó su “prestigio”.
Recientemente se presentó en Netflix el documental “Operación Varsity Blues: Fraude universitario”, en donde el consejero universitario William “Rick” Singer orquestó la mayor estafa de admisiones en universidades prestigiosas en Estados Unidos, junto con una red de colaboradores académicos. Empresarios, deportistas élites, actores de Hollywood, destacados profesionales, políticos cayeron en la trampa de Singer.
Para ingresar a una universidad –por ejemplo, Ivy League- había tres caminos: 1) Por la puerta principal, en base a fácticos méritos académicos y deportivos; 2) Por la puerta trasera, donando una considerable cantidad de millones; y 3) Por la puerta lateral –el método de Singer- haciendo fraudes en pruebas ACT y SAT, utilizando una red de funcionarios universitarios corruptos y falsificando perfiles deportivos.
A la base de estos problemas hay otras causas; otro documental titulado “Ivory Tower” (Torre de marfil) analiza y explica el costo de la educación superior y la deuda de los estudiantes; en efecto, el costo de una carrera universitaria aumentó más del 1,120 por ciento en las últimas tres décadas; así, cuando un estudiante ingresa a la universidad probablemente ya tenga una deuda de US$ 200,000.
Ahora pasemos a un escenario más doméstico; a muchos nos preocupa la educación superior de nuestros hijos y lo que deberíamos buscar es una institución prestigiosa para que estudien, se realicen y se gradúen. Un centro que tenga buena tasa de retorno (lo que invertimos y en cuánto tiempo se recupera), que también posea buena empleabilidad y de valor a la hoja de vida.
Mucha gente sólo busca un título (la universidad como ascensor social, Ignacio Martín-Baró); no le importa aprender o saber, sólo graduarse y ostentar un título de Licenciado, Ingeniero, Arquitecto, Master o Doctor. En la sociedad del conocimiento, de la información y de la revolución digital esto es un grave error.
El primer valor de la educación superior es la posibilidad de iniciar y terminar algo, en un mediano plazo; es decir, el proceso de seleccionar un programa, pasar todas las materias, superar los escollos de tareas, proyectos, exámenes y graduarse. Segundo, la experiencia interdisciplinaria y multidisciplinaria permite una visión holística del mundo. Tercero, la oportunidad de crear y pertenecer a una red de profesionales, contactos y colegas.
La etapa universitaria es una experiencia de crecimiento humano, en dónde nos inducimos a la vida adulta, proyectándonos con la capacidad de incidir y transformar la sociedad en un lugar mejor.
En El Salvador, sólo el 40% de los estudiantes terminan la educación media (perdemos 6 de cada 10 estudiantes); de éste 40%, sólo 25% ingresa a la universidad; y de éste 25% sólo se gradúa en el tiempo establecido el 10%. Para colmo, la tasa de retorno de este nivel educativo es lamentablemente “negativa”, y hay dos razones: el entorno o contexto de país y la ineficiencia académica.
Tenemos que elevar la escolaridad del país; necesitamos más ingenieros y doctores. Pero no habrá ningún cambio en el modelo económico ni disminución de la pobreza mientras sigamos haciendo lo mismo.
Tenemos que elevar el “prestigio” de nuestras universidades y esto implica: a) Iniciar la transformación digital de las instituciones (gobierno, organización, servicios, etc.); b) Contratar mejores docentes y con honorarios adecuados (atraer y retener); c) Elevar la inversión en investigación y equipar laboratorios; d) Revisar la oferta académica, alineándola mejor con las necesidades laborales; e) Buscar mecanismos de transferencia de conocimientos y tecnologías desde otras instituciones más avanzadas; entre otras acciones.
El “prestigio” es una decisión ética de las autoridades, esto implica transformarse en un centro de conocimiento, cultura y verdad al servicio de la sociedad, diseñando soluciones, orientando el rumbo del país. Ninguna sociedad es superior a sus universidades…

Investigador Educativo/opicardo@asu.edu