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El país que habitamos

Vivimos en un país con un sistema educativo muy mediocre y con oportunidades de empleo, aspectos culturales y políticos que responden plenamente a esa realidad.

Por Andy Failer
Comunicólogo y político

Parto este texto de una idea central: este país nunca tendrá un futuro prometedor si se le sigue apostando a la militarización en lugar que a la educación. Vivimos en una época en que el intercambio de información es acelerado, la tecnología es fundamental para el crecimiento profesional de las personas y donde la educación se vuelca hacia una mirada mucho más internacional. Para enfrentar esa realidad mundial y tan interconectada, no podemos vivir en un país donde existan más fusiles que libros o donde sea más fácil acceder a un cuartel que a internet.

Probablemente la navidad de este año sea una de las más militarizadas que ha tenido El Salvador en décadas, y eso, en vísperas del 2023 nos dice mucho acerca del retroceso en desarrollo humano que está sufriendo este país. Existen dos premisas que desembocan en un dato duro y entristecedor. Premisa #1: la violencia estatal genera miedo en la población. Premisa #2: no hay oportunidades educativas y de empleo, no hay futuro. El dato duro: según el Barómetro de las Américas el 43.5 % de los jóvenes salvadoreños de 18 a 25 años busca irse del país. Si la propaganda gubernamental asegura que somos el país más seguro del mundo,¿por qué la mitad de nuestros jóvenes quieren irse del país?

Sí, los políticos de antes ya no están en el poder, pero los que hoy gobiernan derrochan fondos públicos en propaganda para venderse como distintos cuando en realidad son peores que sus antecesores. Y eso puede constatarse en el país que aún no tenemos, el país que se estanca en lugar de avanzar, el país del que huyen nuestras juventudes. ¿Cuáles son esos anhelos de país con los que aún nos distanciamos demasiado? Trataré de enfatizar tres componentes: transporte público, espacios de esparcimiento y vivienda.

  1. Transporte público: seguimos habitando un país con un transporte público decadente e inseguro, la movilidad urbana no es accesible para todas las personas y se sigue priorizando a quienes tienen vehículo y no a quienes usan el transporte público. El gran problema es que el transporte público no es público.
  1. Espacios de esparcimiento: no contamos con suficientes parques al que las personas puedan acceder como un espacio sano de esparcimiento, tampoco con aceras en donde el peatón (incluyendo personas con discapacidad) pueda transitar tranquilamente. Las ciclovías no cuentan con ciclistas porque son fachadas y no verdaderas vías conectadas con la movilidad urbana. No hay espacios verdes.
  1. Vivienda: no contamos con una política pública integral de acceso a la vivienda. Las estructuras de vivienda verticales están pensadas para personas que ganan arriba de 12 salarios mínimos o para quienes invierten en ella como negocio y no como vivienda, los proyectos económicamente más accesibles para la clase media y baja, por sus ubicaciones sufren aún más las carencias del transporte y los espacios de esparcimiento. Y la descentralización sigue siendo un reto fantasma.

Con estos tres componentes que he tratado de abordar en muy pocas palabras, me quedo muy corto. Por supuesto que se podrían enumerar otro sin fin de realidades, pero solo esas tres ya mencionadas, harían la diferencia en cuanto al país que habitamos o el que quisiéramos habitar. Y como bien he señalado, esto es en cuanto a cómo lo habitamos, con sus carencias y demás, pero el cómo lo vivimos es otra historia. Lo resumo –escuetamente– con la siguiente reflexión: vivimos en un país con un sistema educativo muy mediocre y con oportunidades de empleo, aspectos culturales y políticos que responden plenamente a esa realidad.

Recibiremos el próximo año, un año pre-electoral, con discursos políticos que priorizan los fusiles, una moneda intangible y con tendencia a perder su valor, y con una ciudad dorada que no existe más que en una maqueta. Es triste, porque pareciera que estamos condenados a estancarnos y no progresar. Pero al mismo tiempo, este baño de realidad del que debemos contagiarnos todos, puede abrir paso a un componente de unidad que nos de esperanza.

La esperanza no vendrá del desmoronamiento del régimen o de una sola persona, vendrá de la unión de personas que pongan sobre la mesa lo que este país verdaderamente necesita, personas capaces de alzar la voz por ello. Y eso empieza con balances y moderación versus la acaparación del poder.

Construyamos esperanza, por mejorar el país que habitamos y por el futuro del país en el que queremos vivir.

Comunicólogo y político

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