El día de los abrazos

En la distancia social se intensifican las comunicaciones con los amigos de toda la vida que están lejos, incluso en ciudades, como Madrid, donde el COVID-19 arrasa y la población se mantiene en cuarentena luchando a brazo partido contra una plaga bíblica.

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Mauricio Navas es una de las seis personas que en el negocio Mi Arte se dedican a elaboran tapabocas con divertidos diseños impresos sobre tela Foto EDH/ Yessica Hompanera

Por Gina Montaner

2020-03-21 5:45:49

Nos han tocado vivir tiempos desconcertantes. Escucho, no sin cierto desconcierto, al presidente de los Estados Unidos comenzar una rueda de prensa sobre la pandemia del coronavirus arremetiendo contra los medios de comunicación. Un comentario extemporáneo mientras todo el mundo anda preocupado por la escasez de kits para hacerse la prueba y hasta de mascarillas para el personal técnico que se juega la vida en hospitales que no dan abasto.
Van y vienen ruedas de prensa de políticos que oscilan entre la estupefacción y la demagogia y que, en vista de la poca eficacia de las instituciones, básicamente ponen en manos de la población la responsabilidad de ejercer el “distanciamiento social” como única manera de poner freno a la propagación exponencial del virus. A fin de cuentas, la mayoría de las personas -que pueden ser portadoras, aunque tengan síntomas muy leves o ninguno- no podrá hacerse el examen que despejaría las dudas y, de ser positivo, determinaría la suprema importancia de permanecer aislado el tiempo establecido.
De ahí la necesidad en esta época de tanta incertidumbre y poca orientación colectiva, de que cada uno coja los toros por el cuerno y practique algo que, hasta ahora, al menos en las sociedades mediterráneas, es una costumbre rara: la de mantenerse alejado físicamente de los seres queridos, los amigos, los compañeros de trabajo, las personas que a diario tratamos de un modo u otro. Es cierto que contamos con los teléfonos móviles y formas de vernos las caras vía facetime o skype. Además, para muchos es el momento de aprovechar maratones de series y películas en Netflix o dedicarse a hacer todo tipo de vídeos que acaban en el bazar de las redes sociales. Sin duda, hay infinidad de maneras para rellenar el tiempo muerto del encierro forzoso.
Pero si a algo me ha llevado este distanciamiento social (las jornadas laborales son por ahora desde la casa), es a recolocar como prioridad el acercamiento emocional, tan esencial para nutrir de empatía la existencia. De hecho, hay estudios que indican que aquellas personas que cuentan con grupos de amigos viven más años. Por eso, en esta soledad impuesta a causa de una súbita pandemia, se pone de relieve el significado de esa rutina llena de encuentros que parecen banales pero que son todo lo contrario.
Cuando comenzó este extraño devenir de negocios que fueron cerrando gradualmente, me resultó chocante no volver a ver (temporalmente) a mi barista favorito, un milénico con quien hablo de la actualidad y me expresa sus inquietudes por no tener seguro médico. Con el desastre económico que se viene encima por los cierres, me pregunto si seguirá despachando en el café cuando la vida recupere su curso normal. Lo mismo sucede con todo el equipo y los compañeros de gimnasio, esa tribu hambrienta de endorfinas para sobrellevar el estrés diario. No son amigos íntimos, pero sí pertenecen al conjunto de personas con quien uno desarrolla lealtades y hasta pequeñas complicidades. El paisaje humano que comprenden los amables tenderos, los vecinos, los colegas de profesión con quienes se comparten largas horas de trabajo. De pronto, el horizonte tiene muros en las cuatro paredes del piso donde sólo lo que se ve más allá de la ventana te recuerda que el mundo está allá fuera, pendiente de reconquistar su pulso vital mientras se batalla contra un virus terco que no sabe de afectos.
Por supuesto, en la disciplina del distanciamiento social lo más difícil es dejar de ver a tus padres para salvaguardarlos de los peligros que acechan a las personas mayores. Hablamos por teléfono, nos enviamos mensajes de texto y nos mantenemos en contacto todo el tiempo. Pero esa falta de proximidad física nos asoma a un vacío inquietante. Sus días discurren sin sus hijos o sus nietos y nuestros pilares se desdibujan en la inmaterialidad del apretón que no podemos darnos cuando más necesitados estamos del cobijo.
En la distancia social se intensifican las comunicaciones con los amigos de toda la vida que están lejos, incluso en ciudades, como Madrid, donde el COVID-19 arrasa y la población se mantiene en cuarentena luchando a brazo partido contra una plaga bíblica. Amigos muy queridos que temen perder sus trabajos o que se enfermen los ancianos de sus entornos. Amigos del alma que están padeciendo la enfermedad aislados en sus casas. Mensajes de aliento van y vienen con la firme promesa de que nos volveremos a ver pronto.
En este desierto de distancia social donde la vida se ha descalabrado de la noche a la mañana, el acercamiento emocional es la única certeza que queda en pie. Inalterable y permanente. El día de los abrazos está por llegar.

[©FIRMAS PRESS]
Periodista.Twitter: @ginamontaner