Caos en el Capitolio y el desgaste de las instituciones

Mediante los señalamientos extremistas y falsos en contra de las instituciones democráticas se busca fomentar la desconfianza en ellas, deslegitimar las labores que realizan sin ningún tipo de pruebas, solo con el fin de que el discurso de odio resulte más creíble para algunos que la verdad misma. Y esto nunca va a terminar en algo bueno para un país y sus ciudadanos.

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El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y el vicepresidente Mike Pence durante la convención nacional republicana el 26 de agosto de 2020. Foto/ AFP

Por Erika Saldaña

2021-01-10 5:15:58

Un desgaste a la democracia. Eso fue lo que sucedió el pasado 6 de enero de 2021 en la ciudad de Washington D.C., con la toma del Capitolio por parte de los simpatizantes de Donald Trump. Y nos afecta a todos en el mundo, porque nos demuestra la fragilidad de la democracia en los países, hasta el caos se hace presente hasta en las repúblicas que considerábamos que aún preservaban el respeto a sus instituciones. Ahora nos damos cuenta de que, si no la defendemos todos, la democracia de un país está a tan solo un período presidencial de su propio declive.
Este caos en el Capitolio no surgió de la nada. Personalmente me resulta increíble que existan personas que no visualizaran, hace cuatro años, que la presidencia de Donald Trump iba a terminar mal; que darle el poder a una persona que utilizó un discurso xenófobo, racista, machista y misógino para llegar al poder, por más que se catalogara como religioso y seguidor de Dios, no iba a traer nada bueno a su país.
Las personas le dieron su voto de confianza a la presidencia por diferentes razones, a lo cual, en uso de su libertad, tienen derecho. Pero es lamentable que muchos lo hicieron por darle más valor a sus sesgos en temas específicos, por ejemplo, el rechazo matrimonio igualitario, que a la defensa de la democracia. A la hora de votar prefieren a alguien que les dice que va a defender las ideas que pertenecen a las creencias religiosas o al ámbito personal de cada uno, que a una persona que defiende la democracia y los principios de una república, o que propone políticas públicas viables. Muchas de esas personas sucumbieron, sin querer, al discurso de odio, rechazo, engaño y decadencia de las instituciones democráticas. Esto se repite en la mayoría de países latinoamericanos.
Desde la Casa Blanca hay una persona impulsando las “fake news” a la conveniencia de sus intereses; y, recientemente, insistiendo una y otra vez que si los resultados electorales no son los que él quería, simplemente se trataba de fraude. Aunque no existieran pruebas de sus palabras. Lo lamentable de todo esto es que esa persona haya sido el presidente del país, cuya principal obligación es lograr la armonía de toda una nación. Y también es lamentable que existan personas que creyeron este tipo de ideas falsas o extremistas, llegando al punto de las justificarlas.
Las consecuencias de alimentar el discurso de odio son gravísimas para las democracias, pues se desencadenan este tipo de hechos de desórdenes y violencia, donde se excede la protesta pacífica y se llegan a contar varias personas fallecidas. Lo triste es que las consecuencias no las pagan los incitadores a los desórdenes, sino que las personas que sirven de peones para realizar las revueltas.
El discurso de odio también genera un desgaste interesado en el trabajo de las instituciones democráticas y de los medios de comunicación. Mediante los señalamientos extremistas y falsos en contra de las instituciones democráticas se busca fomentar la desconfianza en ellas, deslegitimar las labores que realizan sin ningún tipo de pruebas, solo con el fin de que el discurso de odio resulte más creíble para algunos que la verdad misma. Y esto nunca va a terminar en algo bueno para un país y sus ciudadanos.
Es deber de todas las personas que valoramos nuestra libertad e igualdad proteger las instituciones democráticas, exigiendo el cese de los discursos de odio de parte de los gobernantes, pues esto no hace más que minar nuestra ya desgastada democracia. No debe existir espacio para el discurso de odio disfrazado de libertad de expresión. Hay que traer madurez y racionalidad a la política a nivel mundial.

Abogada constitucionalista.