Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos. La reciente gira del presidente estadounidense Donald Trump por los países del Golfo Pérsico impactó tanto por la fastuosa recepción que recibió como por la magnitud de los acuerdos económicos firmados. Más allá de estos aspectos, el objetivo estratégico fue claro: reforzar la influencia de Estados Unidos en una región clave tanto en términos económicos como geopolíticos.
En el trasfondo de esta visita resuena el conflicto entre Israel y Hamás en Gaza, y la persistente amenaza nuclear de Irán desde que Washington se retiró del acuerdo de Viena en 2018. En ese contexto, la decisión de levantar parcialmente las sanciones contra Siria marcó un punto de inflexión. Trump pidió al presidente interino sirio, Ahmed Al Chaara, que se integrara a los Acuerdos de Abraham —una iniciativa de normalización con Israel— y que expulsara a “los terroristas palestinos”, en una declaración que levantó polémica.
Con esta gira, Trump retomó la lógica de su primer mandato en lo que respecta a la redefinición del orden en Medio Oriente. Los Acuerdos de Abraham, establecidos en 2020, dieron inicio a un proceso de normalización de relaciones entre Israel y países como Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos. Sudán intentó seguir este camino, pero desde 2023 se encuentra sumido en una cruenta guerra civil. Al reforzar los lazos económicos mediante contratos millonarios, Trump muestra la solidez de la relación con Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Turquía, destacando a figuras clave como el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman, el emir catarí Tamim bin Hamad Al Thani y el presidente emiratí Mohammed bin Zayed Al Nahyan.
Se trató de la primera gira internacional relevante del presidente Trump desde su retorno a la Casa Blanca, luego de asistir al funeral del Papa Francisco. Durante el viaje, reafirmó la importancia que concede a las monarquías del Golfo, actores fundamentales en la escena diplomática global, con especial protagonismo en el Medio Oriente, sin excluir su rol en las relaciones con Rusia.
A diferencia de su gira de 2017, esta vez no visitó Israel, aunque había recibido en abril pasado al primer ministro Benjamín Netanyahu. Este distanciamiento marca el inicio de un enfriamiento en las relaciones bilaterales. La tensión creció cuando Netanyahu se enteró por una declaración en la Casa Blanca de que Estados Unidos mantenía negociaciones con Irán sobre su programa nuclear, un asunto considerado “existencial” por Israel. Desde entonces, la relación entre ambos líderes se ha vuelto más distante. Resta ver si se trata de una pausa o de una ruptura duradera.
La presencia estadounidense se materializó en contratos gigantescos: 600.000 millones de dólares en inversiones con Arabia Saudita, 200.000 millones con Qatar y acuerdos similares con Abu Dhabi. La diplomacia transaccional —marca registrada del estilo Trump— se exhibió en toda su dimensión.
El vínculo privilegiado con Mohammed bin Salman permitió también un acercamiento con el presidente sirio Ahmad Al Chaara. Trump condicionó el levantamiento de las sanciones a Siria —vigentes desde 2011— a gestos de apertura, señalando así su intención de participar activamente en una nueva arquitectura regional. Con esto, rompió con el principio de no injerencia en los asuntos internos de otros países, sostenido por su predecesor.
Esta gira respondió a una estrategia económica clara: pocos días después de desescalar las tensiones comerciales con China, Trump centró su atención en una región clave para la producción y venta de materias primas energéticas, cuya evolución afecta tanto el comercio internacional como la estabilidad geopolítica global.
Bajo el principio de “ganar-ganar”, Arabia Saudita busca inversiones estadounidenses para su programa “Visión 2030”, que apunta a diversificar su economía e impulsarla en sectores como la alta tecnología y la inteligencia artificial. El reino también aspira a mejorar su acceso a semiconductores estadounidenses, y días antes de la gira, Washington levantó las restricciones a la exportación de chips de alta gama. Además, la modernización de su capacidad militar sigue siendo una prioridad para Riad.
Por su parte, Qatar apuesta por reforzar su relación con Washington en un contexto regional en el que ha sabido posicionarse como actor clave en la mediación del conflicto entre Israel y Hamás. Ha restablecido vínculos con Arabia Saudita y mantiene canales abiertos con Irán. La base aérea estadounidense de Al Udeid, la más grande en la región, asegura una presencia militar permanente.
Con Emiratos Árabes Unidos, firmante de los Acuerdos de Abraham, la relación también se fortalece. Todos estos países están directa o indirectamente involucrados en los conflictos de Gaza y en el juego de poder regional frente a Irán. Teherán ha dejado entrever su disposición a negociar un nuevo acuerdo nuclear con Washington a cambio del levantamiento de sanciones. Trump, por su parte, subrayó el papel mediador del emir de Qatar y se mostró partidario de una solución diplomática, pese a las altas tensiones entre Israel y la República Islámica.
El esplendor y la simbología de la visita anunciaron el tono de la gira: consolidar alianzas estratégicas sustentadas en pilares comerciales y de defensa, en una región que busca reposicionarse. El papel central de Arabia Saudita, Qatar y Emiratos Árabes Unidos tiene impactos en múltiples escenarios de conflicto, desde Irán y su programa nuclear hasta Ucrania y Rusia.
Con su estilo pragmático y negociador, Donald Trump busca demostrar que Estados Unidos no ha abandonado el tablero del Medio Oriente. En esta nueva etapa, sus resultados —aunque polémicos— ya comienzan a hacerse sentir.
Especialista en relaciones internacionales