Distintas subjetividades

Charlatanes, mentirosos, manipuladores, ha habido siempre. Lo que ha cambiado son los medios a su disposición para difundir sus supercherías, y la actitud del público respecto a lo que se les dice o, mejor dicho, respecto a cómo se les hace sentir.

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Por Carlos Mayora Re

2019-05-17 9:36:17

Las fake news (lo que en español siempre se han llamado bulos, mentiras) se han vuelto muy populares. Lo que comenzó siendo un desafío serio a los hechos y el modo de contar la realidad, al convertirse en un instrumento eficaz para que cada quien diga lo que quiera sin el riesgo de ser tachado de mentiroso… ha ido logrando que el criterio base de la comunicación deje de ser la verdad; y que cada vez más la verosimilitud tenga el protagonismo de la noticia, en detrimento de la veracidad.

Si el compromiso tácito por informar lo verdadero va dejando de ser el alma de las noticias, si lo que las cosas son le importa poco al que informa y al que es informado… al abdicar de la verdad, el trabajo informativo se queda sustentado en arenas movedizas, y solo van quedando las emociones y los intereses —del gran público, del comunicador, del político de turno, o del empresario interesado— como fundamento de las “realidades” que se ponen en común.

Hace pocos días me contaban de un abogado que exponía un tema jurídico ante un público poco avezado en asuntos de Derecho. Como, naturalmente, el no saber de leyes no implica necesariamente que se haya perdido el sentido común, algunos de los presentes comenzaron a confrontar al conferencista mostrándole las incoherencias que su discurso presentaba con la realidad de las cosas. Hasta aquí, todo bien. Sin embargo, lo que llamó la atención a quien me contaba el asunto es que el licenciado, al verse retado, recurrió a una frase ingeniosa para salir airoso: les respondió que los puntos de vista expuestos por el público no eran más que “distintas subjetividades” que respetaba, pero que prefería no tomar en cuenta.

Sin embargo, aunque las mentiras procesadas tienen poco futuro —pues al final del día, eso de ponerle maquillaje a las realidades sólo puede responder a motivaciones e intereses determinados, propaganda, interés político, parodia, etc., que tarde o temprano salen a la luz— en el caso de las fake news, su supervivencia más que de su contenido depende de su constante renovación y de la habilidad de quienes las difunden para mantenerse entre los “trend topics”.

Después de la precampaña política, la campaña y la post-campaña presidenciales, tengo para mí que estamos un poco hartos de que siga habiendo declaraciones, “verdades”, bulos y balandronadas, que sin ninguna base factual, por la “posición” de quien las dice, del medio en que se publica, o la cara dura de quien las propala, se nos presenten como hechos.

La eficacia de las noticias falsas se apoya en tres elementos: en su extrema capacidad de ser difundidas; y en que precisamente por su rápida difusión, es sumamente difícil demostrar al mismo ritmo de propagación, que lo que se publica es falso. El tercer factor es quizá más interesante: la incapacidad de muchos para tener sentido crítico ante lo que se presenta como novedad porque, más que a la inteligencia se apela a emociones y prejuicios.

Charlatanes, mentirosos, manipuladores, ha habido siempre. Lo que ha cambiado son los medios a su disposición para difundir sus supercherías, y la actitud del público respecto a lo que se les dice o, mejor dicho, respecto a cómo se les hace sentir.

Todo esto ha contribuido a que, poco a poco el quid de la noticia vaya cambiando de que sea veraz, a que sea viral… y así, lo que se dice en redes sociales, tiene ahora más credibilidad —para bastantes— que el periodismo profesional. Si a eso se añade que quienes difunden inexactitudes desprestigian sistemáticamente los medios tradicionales de información, llegamos a una situación de incertidumbres y ambigüedades que en una democracia, donde la verdad es la sangre de la salud política, es —por decir lo menos— problemática.

Ingeniero @carlosmayorare