El populismo y sus contradicciones

El populista se aleja cada vez más del pueblo, de la mayoría (aunque al principio pueda parecer todo lo contrario); y termina favoreciendo una élite dorada: sus allegados, que gozan de las mieles del poder

descripción de la imagen
En 2020 los costarricenses protagonizaron masivas protestas en contra de un acuerdo con el FMI.

Por Carlos Mayora Re

2021-01-22 7:02:29

En una democracia representativa el poder político procede de la gente, pero no es ejercido directamente por los ciudadanos, sino por sus representantes elegidos periódicamente mediante sufragio.
El modelo se ha ido consolidando sobre tres columnas: los movimientos constitucionalistas, la ampliación del voto hasta llegar a ser universal, y el asociacionismo político que da lugar a la creación de instituciones como los partidos, tanques de pensamiento, movimientos cívicos, etc.
Todo ha resultado en un sistema que toma en cuenta el parecer de la gente, de toda la gente, y que logra —defectuosa pero casi completamente— que todas las tendencias políticas tengan algo que decir a la hora de organizarse políticamente; porque permite que un número relativamente pequeño de personas tome decisiones eficaces, en nombre del mayor número de ciudadanos posible.
Pero ¿qué pasa cuando los ciudadanos son conscientes de que han sido traicionados por aquellos a quienes habían elegido para representarlos? ¿Qué sucede cuando en lugar de velar por los intereses de sus electores, los mandatarios miran solo por los suyos, indistintamente sean personales o partidarios? O la democracia representativa funciona y corrige sus propias desviaciones, o aparece el populismo.
En el segundo caso, el populista —ese que quiere gobernar directamente para el pueblo haciendo caso omiso del sistema, alegando que el poder viene del pueblo y que él es su legítimo defensor— tiene más oportunidades de instalarse cuanto en una sociedad más se hayan corrompido los políticos y las instituciones, cuanto más hayan robado los funcionarios, cuanto más se haya ignorado —por parte de quienes deberían defenderlos— los anhelos y las necesidades de todos los ciudadanos.
Para hacerse con el poder —a modo de caballo de Troya— utiliza el populista la democracia representativa; y una vez en posiciones de dominio, simplemente la descarta, o la sigue conservando como mera fachada. Por eso pueden ser llamados terroristas políticos, pues su modus operandi se asemeja al de esos grupos subversivos que aunque actúan fuera de la ley, cuando son arrestados, cuando les conviene, se acogen al sistema de derechos y leyes que anhelan destruir.
Los populistas rompen la democracia desde sus mismos presupuestos: el derecho a la participación en la vida política que otorga la república a sus ciudadanos; revientan un sistema que les ha servido para hacerse con el poder. Y, una vez logrado su objetivo, lo rediseñan “tomando” —al menos eso pretenden— en cuenta las opiniones populares, para lo que echan mano de asambleas legislativas abiertas a todos los ciudadanos, tribunales (cortes políticas) compuestas de grupos de paisanos elegidos al azar, cabildos abiertos, plebiscitos, consultas populares… El ejemplo paradigmático es Venezuela, aunque, no faltan populistas en otras latitudes.
En definitiva, se trata de romper la democracia desde la democracia misma, aumentando desmesuradamente el demos (el pueblo) y reservándose el kratos (el poder)… Hasta que terminan siendo “dictadores populares”, en el sentido de que —al menos teóricamente— no gobiernan en nombre propio, sino “representando” un “pueblo” que nadie sabe quién es, ni cuáles son sus deseos, ni qué necesidades requieren ser resueltas.
Por ese camino, el populista se aleja cada vez más del pueblo, de la mayoría (aunque al principio pueda parecer todo lo contrario); y termina favoreciendo una élite dorada: sus allegados, que gozan de las mieles del poder (y de pingües beneficios); mientras la gente, el “pueblo”, por el que se supone ha hecho todo y es a quien se debe, termina tan o más pobre que antes del régimen populista. Además de que —con más frecuencia de la que uno se imagina— terminan siendo prácticamente imposibles de derrocar.
Así las cosas, parece válido preguntarse ¿qué es preferible: una democracia representativa disfuncional pero que conserva los mecanismos institucionales y legales para ser corregida; o un régimen populista en el que es imposible bailar a otro son que el que imponga el grupúsculo que acapara el poder?

Ingeniero/ @carlosmayorare