El fin de los dictadores

El problema para los dictadores ocurre cuando lo que han prometido no se logra; y si la cobardía es parte de su personalidad, la cosa cambia de rumbo inexorablemente

descripción de la imagen
Foto: Ruz

Por José Miguel Fortín Magaña

2020-09-14 10:36:52

En la historia, con pocas excepciones, los dictadores suelen tener un final trágico; y desde la Roma imperial hasta nuestros días muchos han encontrado el fin en manos de su propio pueblo o inducidos por éste, como Calígula con la guardia pretoriana, o Mussolini, con la turba que escupió su cuerpo sin vida y lo colgó boca abajo después de innumerables vejámenes.
¿Por qué los tiranos son odiados con tanta fiereza por la misma gente que unos años atrás los veneraba al punto de la idolatría? La respuesta acaso se encuentra en la ilusión que originalmente generaron en sus pueblos, en donde prometieron circo y pan; y fueron endiosados por asegurar que llevarían a sus naciones al éxito, sin conseguirlo. Las formas han cambiado a lo largo del tiempo y se camuflan de colores pintorescos, desde quienes juraron la gloria, como Hitler o Il Duce, hasta los que se presentaron como una opción novedosa y diferente de la corrupción imperante. De hecho, casi todos los pseudo mesías prometen cambiar las cosas y aseguran que ellos son los elegidos del destino para hacerlo; por eso se apartan de los demás políticos a los que llaman “los mismos de siempre” y se repliegan asegurando que son inmaculados, que harán florecer a las naciones, construyendo portentosas obras de ingeniería; y que la transparencia y fuerza mágica que emanan conseguirá parar los problemas de violencia o pobreza de todos.
El problema para los dictadores ocurre cuando lo que han prometido no se logra; y si la cobardía es parte de su personalidad, la cosa cambia de rumbo inexorablemente, como el caso de Nerón o Hissene Habré, en donde al perder el poder de las armas, el Pueblo se vuelca contra ellos y los despoja del mando. Ser cobarde, es pues, un terrible contrasentido para los autócratas, pero no tan infrecuente.
Cómo saber si un opresor lo es, resulta simple: los cobardes se hacen acompañar por decenas de guardaespaldas; cuando salen en público, ordenan que se coloquen francotiradores para su defensa; las caravanas que los escoltan son gigantescas e inclusive, si viajan en helicóptero, se hacen custodiar por otras naves llenas de soldados. Obviamente, mucho de esto sería lógico si se tratara del presidente de un país del Primer Mundo (aunque de ninguna forma se maneja así la canciller alemana, por ejemplo), pero nunca se esperaría de un pobre mandatario de un pequeño país del Tercer Mundo.
Los dictadores de la historia han solido padecer de trastornos de personalidad, que los hace creer que son imprescindibles y frecuentemente coexisten rasgos narcisista-paranoides, con una base sociopática, elementos que en conjunto son en extremo peligrosos, pero que pueden al principio confundir a la población más vulnerable; aunque estos mismos rasgos terminarán por desnudar la maldad del opresor, quien aunque quiera fingir un espíritu demócrata por mucho tiempo, rápidamente demostrará de que está hecha su alma.
A lo largo del tiempo hemos conocido tiranos y genocidas en todos los continentes y hemos estudiado el comportamiento de éstos. Grave es, sin embargo, que con frecuencia la gente se percata de la maldad de estos líderes con pies de plomo hasta que su maldad ha hecho padecer miseria a sus pueblos; pero en algunas ocasiones, cuando las promesas han sido cínicas y las personas esperan mucho, pero reciben desencanto desde el principio; y cuando esos aprendices de dictadores, todavía no han consolidado su poder, obteniendo el control de todos los órganos del Estado, es posible pararlos, antes que destruyan todo.
Hoy hemos hablado de la historia y de un puñado de individuos que, por locura social, se creyeron superiores, pero que eran ídolos de barro; y que arrastraron a quienes les rodeaban, al desastre. Hoy no hablamos de nadie cercano… ¿o acaso sí? …Cómo dice la Biblia, en San Mateo 13, 9 “el que tenga oídos para escuchar, que oiga”.

Médico Siquiatra.