La compraventa de voluntades

La compraventa de voluntades es el mal que debemos combatir, y la única forma de hacerlo es con la integridad y la congruencia

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Científicas manipulan muestras en un laboratorio del Instituto Gorgas (Icges) en la ciudad de Panamá, el 25 de mayo de 2020. Foto/AFP

Por José Miguel Fortín Magaña

2020-05-25 8:35:00

Latinoamérica es un subcontinente bendecido por Dios; ríos, lagos, vegetación, minerales, petróleo y gas natural, interminables tierras y un idioma común habrían permitido su desarrollo hasta convertirse en un gigante, pero sigue siendo un territorio subdesarrollado. ¿Por qué? Por la más grosera de las desgracias: en medio de todo lo que posee se han enseñoreado en ella gobiernos corruptos y políticos inescrupulosos.
Tan cierto es que basta que alguien diga que tiene una nueva idea o que no representa “a los mismos de siempre” para que el vulgo le aplauda y le entregue carta blanca. Triste, porque éstos son inclusive peor que aquéllos; y bajo el grito de “los de antes nunca más” se han ido apoderando de país tras país, desde México hasta la Patagonia.
El método de hoy empieza por un acto lícito: llegan al Poder por voluntad popular, pero rápidamente se enquistan, desconocen las instituciones contraloras del Estado y se autodenominan “el Pueblo”, de tal forma que todo lo que ellos quieran es porque el Pueblo lo desea y todo lo que se les oponga es enemigo de la nación.
Para conseguir su propósito tergiversan encuestas, abarrotan de publicidad todos los medios, compran voluntades de funcionarios y empleados corruptos y, sobre todo, mienten sistemáticamente. Las mentiras frecuentemente son las mismas y tienen un discurso diferente para cada público, de acuerdo con lo que éste quiera oír; y así, en la Universidad Nacional se dirá algo diametralmente opuesto a lo que se diga en un foro empresarial o a un grupo de sindicalistas.
Lo grave estriba en la extraña capacidad que tienen los populistas para engañar una y otra vez a la misma gente y cómo le vuelven a creer. En El Salvador, por ejemplo, el jefe del Ejecutivo y sus ministros repiten que estos son los últimos 15 días de cuarentena desde hace no sé cuántos anuncios y le dicen a los empleadores que ahora sí hay un plan de reactivación y que se comenzará pronto; pero al terminar el período volverán a decir “que la curva no se aplana” y solicitarán de nuevo otra prórroga de la encerrona, sin nunca dar ni cuentas de lo gastado, ni mostrar un plan de Salud y económico; y esto continuará hasta que esté listo el hospital del circo.
En cada actuación los funcionarios del régimen llorarán y convencerán a las masas de que las están queriendo salvar de la destrucción, aunque sea exactamente lo contrario y sean ellos los responsables directos del suicidio de aquel señor que se ahorcó porque no aguantó más el hambre, o del homicidio aparente del otro muchacho al que encontraron con esposas en el ataúd, o de la muerte de aquella señorita que sucumbió en extrañísimas circunstancias. Y en cada ocasión necesitarán el concurso de los peores, (que son los políticos y empleados) que celebren todo lo que el señor tenebroso haga; diputados y alcaldes dizque de oposición, que besarán el suelo por donde pase el caudillo, y empleadillos, contratados en los ministerios, que escriben, tuitean e insultan a los enemigos del régimen.
Ese es el gran problema de Hispanoamérica; que los corruptos se pavonean con el encomio de los serviles, los que nunca cuestionan y aplauden a la voz del amo; funcionarios que no asesoran a su jefe, sino que se arrastran por complacerlo; falsa oposición que compite por adular al otrora adversario; e inclusive empresarios, que por conveniencia, aunque muchos de ellos sean buena gente, caen sin percatarse en el juego oscuro de quien ha hecho de la mentira y el miedo su estrategia.
La compraventa de voluntades es el mal que debemos combatir, y la única forma de hacerlo es con la integridad y la congruencia. Atrás quedarán los que se venden, los que hoy alaban al que ayer criticaron. Nosotros deberemos señalar constantemente lo que está mal y levantar siempre la bandera de la decencia.

Médico Psiquiatra.