Día de la Raza

Frente a los desafíos del presente debemos recurrir a nuestra esencia, a la unidad hispanoamericana, sobre la base de nuestra identidad, que no solamente se traduce en que “rezamos a Jesucristo y hablamos en español”, como la definió Rubén Darío, sino también en otros valores culturales y en “un sugestivo proyecto de vida en común”, la realización de un orden social más justo y humano

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Raquel Avoleván, Alejandra Costa, Luiza Manga y Alejandra Ochoa son algunas de las famosas que se han pronunciado contra la violencia infantil. Foto EDH / Instagram

Por Fernando Pérez Memén

2019-10-11 5:58:34

“Por mí raza hablará el espíritu”.

No debemos ignorar que nuestro país, República Dominicana, como los demás países hispanoamericanos, es el resultado del cruce de tres realidades étnicas y culturales: lo hispano, lo indígena y lo africano. Y hablando con más rigor, en nosotros los antillanos gravitan más el elemento europeo y africano, porque el indígena, como se sabe, frente al impacto de la cultura dominante desapareció dejando ciertas trazas étnicas y culturales.

Somos, por tanto, una gran síntesis espiritual, que nos identifica con un conglomerado en la Península Ibérica, en África y Asia menor, y en América se percibe desde México hasta Tierra de Fuego. Somos la Raza Cósmica que oteó José Vasconcelos. “La raza síntesis, raza integral, hecha con el genio y con la sangre de todos los pueblos y, por lo mismo, más capaz de verdadera fraternidad, y de visión real universal”. Ella fue percibida, también, por otro ilustre mexicano, el Presidente López Portillo, cuando en su discurso de inauguración de la estatua de Montesinos en Santo Domingo, República Dominicana, 12 de octubre de 1982, aseveró: “De ahí de ese mundo venimos. Reconozcamos nuestra esencia y aceptémosla como imperativo de unión y de voluntad”.

A esa esencia apeló Bolívar en el nacimiento de la historia republicana de Hispanoamérica, impropiamente llamada más tarde por Víctor Raúl Haya de la Torre “Indoamérica”; a ella invocó el Libertador para convocar a los nacientes Estados Americanos al Congreso Anfictiónico de Panamá para unirse en una sola entidad política, para que Hispanoamérica fuera “la más grande nación de la tierra”. Y tenía razón Bolívar, porque los pueblos hispanoamericanos lo mismo antes que después de la independencia formaban una sola familia, una sola nacionalidad, y debían, por tanto, confederarse para constituirse sólida y poderosamente para enfrentar los afanes de la reconquista de las potencias de la Santa Alianza y los primeros intentos hegemónicos del Coloso del Norte y lograr a plenitud su independencia.

Pero lamentablemente en los líderes hispanoamericanos gravitaron intereses egoístas y particularistas, e Iberoamérica, con unos valores comunes e idénticos que pudieran ser la garantía de su unidad, afloró a la vida republicana desunida y, por tanto, a la inestabilidad política, la anarquía y caos económico y la nueva dependencia de centros metropolitanos. Así ella no pudo ser la excepción a una regla que dictó el célebre Maquiavelo en su obra El Príncipe: divide e impera.

Latinoamérica, al romper los lazos triseculares que le unían a sus metrópolis, se encontró —como observa Leopoldo Zea, en su Precursores del Pensamiento Latinoamericano— sometida a una doble presión y a un doble intento. La presión y el intento de quienes querían conservar el viejo orden colonial, pero sin España y Portugal; el de que los aspiraban a hacer de estos pueblos naciones semejantes a los Estados Unidos, Inglaterra o Francia. Este choque de interés e ilusiones condujo a una larga lucha civil que sacudió a todas las naciones latinoamericanas. A una larga lucha entre los llamados partidarios del pasado, del retroceso, y los partidarios del progreso, o entre conservadores y liberales; pelucones o pipiolos: federales o centralistas. Lucha que el pensamiento de la Argentina resumió en el dilema planteado por Domingo Faustino Sarmiento: civilización o barbarie; o el de Francisco Bilbao de Chile: Liberalismo o Catolicismo o el del mexicano José María Luis Mora: Progreso o Retroceso. “Era aceptar el pasado cerrando toda posibilidad al futuro—apunta Zea— o arrancarse el pasado para poder realizar el anhelado futuro”.

Pero ellos ignoraban que ningún pueblo puede borrar su pasado y que el futuro no se puede construir sin apoyarse en los cimientos del presente, y en cuyas raíces está el pretérito. En definitiva faltó al liderato de Hispanoamérica del siglo XIX la visión de una América con valores comunes y la adecuación a nuestra realidad de unas ideas y creencias provenientes de sociedades más avanzadas que las nuestra. Ideas y creencias que se luchó por imponernos y no en adecuarlas y conciliarlas con nuestro contexto socio-cultural.

Sin embargo, José Martí, Padre de la patria cubana y espíritu tutelar de América, tuvo la percepción correcta de nuestra realidad y así clama por la vuelta a las raíces propias de los pueblos latinoamericanos. “¿…En qué patria —dice— puede tener el hombre más orgullo que nuestras dolorosas repúblicas de América…? El buen gobernante en América —agrega— no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país y cómo puede ir guiándolos en junto para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de nacer del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país”.

Y entre nosotros los dominicanos, Américo Lugo pudo percibir los elementos constitutivos de nuestro ser nacional y a ellos invocó frente a la intervención norteamericana del 1916, para que la nación no perdiera su identidad y su personalidad, y pidió a la América Española que se uniese para que “concentremos todos nuestros esfuerzos en el engrandecimiento de la raza”, a la medida que la libertad y la justicia sean una realidad y no una mera ilusión. “El primer deber de todo hispanoamericano —escribió— es el de la conservación de la independencia; debe luchar por la libertad e independencia de su patria por todos los medios posibles. Por las armas del derecho, o por las armas de la fuerza si las del derecho no bastaren”.

Frente a los desafíos del presente debemos recurrir a nuestra esencia, a la unidad hispanoamericana, sobre la base de nuestra identidad, que no solamente se traduce en que “rezamos a Jesucristo y hablamos en español”, como la definió Rubén Darío, sino también en otros valores culturales y en “un sugestivo proyecto de vida en común”, la realización de un orden social más justo y humano y, por tanto, decir Día de la Raza, o de la Hispanidad es invocar un futuro, es construir desde ya un mañana, es tornar ya el presente por el futuro.

Embajador de la República