Se me fue el cipote…

Cuando nuestras autoridades viven en pleito eterno con el sector productivo, que es quien brinda precisamente esa capacidad para crear oportunidades y puestos de trabajo, lo único que logra es reafirmar esa creencia que “mejor me voy, aquí no hay nada para mí"

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Robert Lewandowski, del Bayern Munich pelea un balón con Thilo Kehrer, del Paris Saint-Germain durante la final de la UEFA Champions League. Foto/ AFP

Por Max Mojica

2020-08-23 7:53:03

 

En términos generales, los salvadoreños somos buenos padres. Preocupados desde sus primeros pasos en darles a nuestros hijos no solo amor, sino una esmerada educación, lo cual no es un reto fácil de afrontar en este país.

Recuerdo cuando los diputados del Frente sostenían que aquí “no pagamos impuestos como en Estados Unidos o Europa”. Es cierto, en términos porcentuales no los pagamos; pero lo que no es cierto es en la calidad de retorno que los gobiernos le dan a los ciudadanos.

Pensemos, para el caso, en la educación de nuestros hijos. En algunos países de Europa, los ciudadanos pagan alrededor del 40% de sus ingresos en impuestos. ¿Elevado no? Pero ¿qué reciben a cambio? La educación de sus hijos está asegurada y es de calidad. El ciudadano no tiene la necesidad de enviar sus hijos a un “colegio caro”, ya que la educación pública es impartida de forma gratuita, con profesores altamente calificados y equipo tecnológico de primera. En aulas bien adaptadas y equipadas, con alimentación y seguridad gratuitas.

En El Salvador, pagamos como máximo un 30% de Impuesto sobre la Renta (eso es para las personas naturales, porque las empresas pagan un 5% adicional sobre utilidades; 5% adicional sobre ganancias netas por exceso de $500,000.00 y una miríada de otras cargas fiscales que en un espacio como este, no me permite enumerar y analizar); puede ser que se considere que “pagamos poco”, pero lo que no se toma en cuenta es que también recibimos muy poco a cambio de lo que pagamos.

Los padres de familia invertimos cantidades importantes de nuestros recursos económicos —ya diezmados con esto de la cuarentena— en la educación, pero ¿para qué? En principio lo que buscamos es formar ciudadanos éticos, con sólidos principios morales y con un andamiaje académico-social que le sirva de base para su desarrollo como persona de bien y que, en la medida de lo posible, le brinde las herramientas para conseguir un buen trabajo o desarrolle una práctica profesional.

Un padre clase media invierte alrededor de cincuenta mil dólares por hijo durante su educación primaria (la inversión puede variar a la baja o al alza, de acuerdo con el ingreso familiar). Pero la realidad es que es una inversión fuerte que sumada a las necesidades de salud y seguridad que el Estado no nos compensa de regreso por los impuestos pagados, hace que la situación económica de las familias salvadoreñas se pueda describir con una palabra: asfixiante.

Aunque quizás el Estado no lo vea de esa manera, la inversión que nosotros, los preocupados padres, hacemos respecto a nuestros hijos, beneficia a la sociedad entera cuando les ponemos a su disposición un “capital humano” educado y capacitado, el cual se convierte atractivo para los inversionistas que necesitan de recurso humano capacitado, con habilidades blandas, conocimiento técnico y de ser posible, bilingües, cuando quieren fundar empresas en nuestro país.

Pero lo terrible del caso, tanto para el país como para las familias, es que nuestros cipotes ya no ven a El Salvador como un país que les ofrezca algo para su futuro. Seis de cada diez bichos quisieran migrar, la razón principal: El Salvador no es un país que te dé oportunidades de trabajo.

De esa forma, el sacrificio que hacemos los padres para pagar los estudios de nuestros hijos servirá para hacer más grandes, más productivos, más prósperos, países como Canadá, Estados Unidos o los miembros de la Unión Europea.

Cuando nuestras autoridades viven en pleito eterno con el sector productivo, que es quien brinda precisamente esa capacidad para crear oportunidades y puestos de trabajo, lo único que logra es reafirmar esa creencia que “mejor me voy, aquí no hay nada para mí”, y en el camino nos deja a nosotros los padres, sin hijos a quien ver, abrazar. Sin poder estar cerca de nuestros nietos y sin poder compartir sus triunfos. La falta de oportunidades en El Salvador resquebraja nuestras familias y nuestros corazones, mientras expulsa jóvenes capacitados para desarrollen sus talentos en el extranjero.

Un mal gobierno, dentro de otras cosas, también aleja de nuestra mesa familiar que compartíamos los domingos con nuestros cipotes.

 

Abogado / Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojicaeducacio