Una emulsión cortada

Las soluciones no vendrán con mejorar la tecnología, ni será suficiente simplemente cambiar al populista de turno. La conservación del delicado balance de la convivencia social pacífica sólo puede venir de generar acuerdos de país que nos encarrilen a nivelar las desigualdades y fortalecer el Estado de Derecho

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Doña América y su hija Carla se transportan desde San Franisco Gotera hacia San Miguel, donde a Carla le parctican hemodiálisis una vez a la semana. / Foto EDH Yessica Hompanera

Por Cristina López

2020-10-04 8:32:11

No hace falta practicar la cocina a nivel profesional para entender ciertos principios básicos. Por ejemplo, es sabiduría común que existen ingredientes que por sus diferencias elementales son imposibles de combinar, a menos que se les apliquen técnicas específicas o se les agregue un tercer componente que haga posible esa coalición, por temporal que sea. Estas uniones en la cocina, que más parecen producto de la magia que de la química, son conocidas como emulsiones y los elementos que las hacen posible, emulsificadores.
En su tratado sobre los elementos de la buena cocina, la escritora y galardonada chef Samin Nosrat describe ingeniosamente las emulsiones como “un acuerdo temporal de paz entre la grasa y el agua.” La yema de huevo, por ejemplo, es un emulsificador que hace posible la delicada convivencia temporal entre el aceite y el resto de componentes líquidos que conforman una mayonesa casera, pero quien ha vivido la frustración de una mayonesa cortada entiende mejor que nadie que el balance que implica mantener este matrimonio forzado es increíblemente delicado.
La convivencia en una sociedad es comparable a una emulsión de componentes políticos indispuestos a convivir pero que coexisten en armonía gracias al poder emulsificador del proceso democrático. O la fe que — ingenuamente o no — hemos puesto en el proceso pacífico de delegar el poder por medio de elecciones libres de autoridades que nos representan. En toda sociedad las diferencias son naturales y sanas, sobre todo cuando se expresan a través de un sistema plural de partidos y una estructura donde el poder se alterna de acuerdo a la voluntad del electorado expresada por medio del voto libre.
Pero últimamente, por lo menos a nivel de percepción, pareciera que el delicado balance de nuestra emulsión social estuviera al borde de cortarse, y no es claro si hay una única razón. De hecho, parecen ser varios los elementos desestabilizadores amenazando lo que por lo menos teóricamente es nuestra coalescencia social bajo un estado de derecho.
Quizás uno de los elementos desestabilizadores con mayor influencia sea la creciente dependencia en las redes sociales como principal sistema comunicacional, social e informativo. Su uso es gratuito, pero su modelo de negocios depende exclusivamente de su capacidad de monetizar la atención de sus usuarios. Por eso es que un objetivo integral en sus diseños es crear dependencia para el usuario y para ese efecto, producir constantemente respuestas emocionales. Luego, a través de algoritmos (que no son más que una receta que un programador escribe para que el sistema actúe de maneras específicas si se cumplen una serie de condiciones) la plataforma social personaliza lo que le muestra a cada usuario, priorizando lo que predice despertará la emoción más fuerte. Múltiples estudios demuestran que los contenidos hiperbólicos, llenos de simplificaciones, con declaraciones absolutistas, extremas, o antagonizantes, despiertan emociones más fuertes que la mesura, o los contenidos que expresan matices y complejidad.
Las redes sociales cada día suman más usuarios salvadoreños, cada uno viendo su realidad a través de lentes completamente distorsionados, donde la sociedad es más fácilmente categorizable como grupos distintos e hiperdefinidos en perpetuo antagonismo. Complica la situación la llegada al poder de un comunicador que ha identificado hábilmente estas vulnerabilidades tecnológicas y humanas y las explota a su ventaja al servicio de su conservación del poder. Y a la gasolina de un país en permanente estado de desigualdad le ha? caído el fuego de una pandemia que no perdona, la crisis económica global más seria en las últimas décadas, y lo que parece una capacidad colectiva desgastada para la empatía.
Y las soluciones no vendrán con mejorar la tecnología, ni será suficiente simplemente cambiar al populista de turno. La conservación del delicado balance de la convivencia social pacífica sólo puede venir de generar acuerdos de país que nos encarrilen a nivelar las desigualdades y fortalecer el Estado de Derecho. Ojalá seamos capaces.

Lic. en Derecho de ESEN, con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University. @crislopezg