Ricos y pobres

Lo que ahora queremos todos los salvadoreños, más allá de la etiqueta “rico” o “pobre”, es regresar a trabajar, a nuestras industrias, fabricas, pequeños comercios, oficinas y empleos; eso sí, guardando los protocolos de salud necesarios.

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Dos mujeres contrajeron matrimonio la madrugada de este martes en Costa Rica, que se convirtió en el primer país centroamericano en aceptar el casamiento igualitario. Foto AFP/ Ezequiel BECERRA

Por Max Mojica

2020-05-26 10:44:28

¿Cómo saber quién es rico y quién es pobre? La distinción es confusa. Aparentemente “rico” es cualquiera que le vaya un poco mejor en la vida; y “pobre” será aquel a quien no le vaya “tan bien” comparado con alguien más.
“Rico” es el patrono y “pobre” es el empleado. El problema que el empleado desconoce que el patrono está enjaranado hasta la coronilla y debe hasta el modito de andar, todo por ese loco sueño de tener una empresa que le quita el sueño por todas las cuentas pendientes, permisos, trámites e impuestos que pagar. Que tiene que competir con muchos otros, incluyendo los informales que no pagan impuestos. Que debe pagar renta a los mareros; y que, para el caso de la cuarentena, lo obligan a pagar salarios, aunque esté cerrado.
“Rico” es profesionista que anda un carro más chivo que el mío; “pobre” es su asistente. El asunto es que la asistente no sabe que todos los inicios de mes, enciende una candela a todos los santos, para ver si tiene suficientes clientes para pagar los salarios y las cuentas que puntualmente deslizan debajo de la puerta de su oficina.
Para otros, “rico” es aquel que haciendo de tripas corazón, mandó sus hijos a la universidad o a un colegio bilingüe. ¡Ja! Si la gente supiera que los cipotes están ahí, no por que le sobre el pisto ni mucho menos, sino por que en vez de gastar en vicios y en tonteras, guarda las fichitas para darle a sus hijos la educación y oportunidades que él no pudo tener.
Le dicen rico, a aquel cipote que vino a la capital del interior, becado, pero que todas la noches se quema las pestañas, “dándole duro” a los libros, procurando sacar las mejores notar para optar luego por un trabajo que le permitiera prosperar. A ese que vino en el bus interdepartamental, que se movía en bus del pupilaje a la U, pero que gracias a Dios logró conseguir un trabajo, formar un hogar decente, mientras mantiene a sus cipotes como Dios manda y de vez en cuando, les da un gustito bien merecidos.
En el pasaje, le dicen “rico” a aquél que dijo “hasta aquí”, renunció a su empleo remunerado y decidió abrir un puesto de venta de tacos. Y que se levanta todos los días a las cuatro de la mañana para preparar la venta del día; pero que ahora, con mucho esfuerzo de por medio, ya tiene varios empleados por haberse rebuscado para poner varios carritos en puntos estratégicos. Lo chistoso es que como ahora ya se compró un “picachito” —de segunda, pero nítido—, resulta que es el “rico” que atrae las miradas de envidia de los vecinos.
A todos esos “ricos” les da risa que vengan políticos a decirles que “¿para que quieren abrir sus negocios? ¿Que por qué son tan avaros y ambiciosos?”. Esos “ricos” han aprendido en su propia piel una lección que ya, siglos atrás, era predicada por San Pablo: “Quien no trabaja, no come”.
Por eso, hay miles de “ricos” preocupados por perder lo poco que han conseguido con años y años de esfuerzo; miles de “ricos” propietarios de pupuserías, salones de belleza, queserías artesanales, que no saben como van a hacer si no pueden abrir y trabajar.
Hay miles de profesionistas avaros y ambiciosos, que ya no le pueden pagar a sus secretarias y asistentes; que ya no van a poder honrar las cuotas de sus hipotecas o vehículos; quienes, tras más de cincuenta días sin trabajar, ven que todo su esfuerzo se va por el desagüe.
En un país en dónde el 99.9% de la población comparte un único y prácticamente indistinguible código genético, es ridícula una división artificial entre “ricos” y “pobres”, creada por aquellos que conocen que generando división y odio pueden sacar un miserable rédito político.
Lo que ahora queremos todos los salvadoreños, más allá de la etiqueta “rico” o “pobre”, es regresar a trabajar, a nuestras industrias, fabricas, pequeños comercios, oficinas y empleos; eso sí, guardando los protocolos de salud necesarios.
Y no, no nos mueve la avaricia, sino esa íntima convicción, tan salvadoreña, de querer ganarnos el pan con el legítimo esfuerza de cada día.

Abogado, máster en Leyes.
@MaxMojica