Una forma de hacer política

Ahora se trata de descubrir “enemigos” y destruirlos. Y si no hay opositores a la vista, se inventan oposiciones y se desacredita unilateralmente a quien piensa contrariamente del que tiene la sartén por el mango; con el propósito concreto de dejar en el gran público

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Por Carlos Mayora Re

2021-07-23 6:47:05

En toda sociedad existe un conjunto de valores y creencias pacíficamente aceptados y transmitidos culturalmente por medio de la educación, el ejemplo, la legislación vigente, el liderazgo social, los medios de comunicación, etc.
Lejos de teorías conspirativas o de complots mundiales, lo más frecuente es que quienes dan forma al discurso público y moldean la cultura popular lo hagan principalmente por sus propios intereses, deseos y necesidades.
De hecho, el discurso racional, en este mundo de la imagen y de la explotación de los sentimientos, no tiene gran aceptación. Ya se sabe: a todos nos gusta mucho sentir y nos agrada bastante menos pensar.
Sin embargo, el recurso a explicar las cosas racionalmente sigue siendo el ideal de intelectuales y personas sensatas, convencidos como están de que es la mejor manera de poder compartir verdades. Echar mano del dato para comprobar o desmentir el relato ha sido desde siempre lo más razonable; aunque, en un ambiente cultural en el que el relato tiene frecuentemente bastante más peso que el dato, dicho empeño parece no tener mucho éxito.
Entonces la confrontación intelectual, el careo de opiniones entre personas que piensan distinto, o simple y llanamente el diálogo, da paso a verdaderos combates: ya no se trata de exponer el propio pensamiento y escuchar las razones del otro para encontrar terreno común desde el cual construir, sino que el meollo de la confrontación va por el lado de destruir al antagonista, borrarlo del mapa social, desacreditarlo…
Lo vemos principalmente en el modo como se presenta en estos dorados tiempos el discurso político: ahora se trata de descubrir “enemigos” y destruirlos. Y si no hay opositores a la vista, se inventan oposiciones y se desacredita unilateralmente a quien piensa contrariamente del que tiene la sartén por el mango; con el propósito concreto de dejar en el gran público, en la mente de los votantes, una sola idea: la democracia es al mismo tiempo el medio para hacerse con el poder y la manera de destruir opositores.
Instrumentalizar la cultura con fines políticos —es decir, crear valores y creencias a conveniencia de los propios deseos, intereses y necesidades, con el fin de imponerse y destruir a quien no piense como uno— se ha vuelto el modo hodierno de hacer política, en el sentido más tradicional de la palabra: el modo de convivir socialmente.
De hecho, aceptar hacer política en esos términos es haber perdido la batalla de antemano, pues implica admitir que la única manera de convivir en sociedad es el sometimiento al pensamiento mayoritario (falsamente mayoritario) y no la convivencia respetuosa de diferentes maneras de vivir y pensar la cosa pública.
Actuando así, además, todos salimos perdiendo, pues cuando el foro público (sin importar que se trate de la Asamblea Legislativa o de las redes sociales) se concibe como palestra en la que los contendientes tienen que aplastar al otro para sobrevivir, el foco de la atención se termina poniendo en las estrategias: propaganda, dominio del espacio virtual, exacerbación de los sentimientos más básicos… y no en los asuntos de fondo que están siendo debatidos: el qué se discute termina siendo trivial, opacado por el cómo se anula al contrario para la propia prevalencia.
Además, quienes combaten, terminan por hacer caso omiso de los espectadores, aún cuando se estén debatiendo asuntos que afectan, y mucho, a la gran mayoría de ciudadanos: la lucha contra la corrupción, asuntos económicos fundamentales, el derecho de los ciudadanos a que el Estado proteja y vele por el bienestar de la familia, etc.
Al gran público, entonces no se le pide ni que piense ni que opine, sino sólo que tome partido y sea irracionalmente leal a una de las posturas en liza, sin resquicios para el más pequeño pensamiento o razonamiento; a despecho de los esfuerzos de quienes piensan, y ven las cosas objetivamente.

Ingeniero/@carlosmayorare