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“Demoautocracia”

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

En principio una autocracia vendría a ser diametralmente opuesta a una democracia. A menos que el autócrata reciba el mandato desde el pueblo, pues entonces ya no sería el gobierno de uno que se auto nombra gobernante, sino el gobierno de uno que obedece el mandato del pueblo… es decir, que estaríamos en lo que he denominado como una demo-auto-cracia. 

Sin embargo… hay algo que chirría en el razonamiento anterior y que le da una apariencia más de leguleyada que de procedimiento legítimo. De triquiñuela más que de honestidad. 

Para empezar a destripar el asunto habría que considerar que en la democracia no se trata solo del gobierno de la mayoría, de hacer caso a la voluntad popular, sino también de otras muchas condiciones, como por ejemplo de la posibilidad de que haya pluralismo (acoger en el seno de una sociedad todas las corrientes de pensamiento político), respeto efectivo de las libertades y de los derechos individuales, separación de poderes del Estado, representación democrática no solo en el poder Ejecutivo sino también -y principalmente- en el Legislativo, alternancia en el poder o al menos la posibilidad de que esta se dé… entre otras.

Lo que se podría llamar “la hegemonía del voto” no es democracia, sino un martillo envuelto en terciopelo que termina por destruir con aparentes buenas maneras la democracia en las sociedades. Es lo que Steven Levitsky y Daniel Ziblatt escriben en su libro “Cómo mueren las democracias”, cuando señalan que “las democracias pueden fracasar a manos de líderes electos que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder. En la actualidad, el retroceso democrático empieza en las urnas”.

En su obra ofrecen una serie de indicadores que pueden servir para reconocer una autocracia. Concretamente, cuando un líder autoritario rechaza ya sea de palabra o por medio de sus acciones las reglas democráticas del juego; niega la legitimidad de sus oponentes simplemente porque son oposición; tolera o alienta la violencia (sin importar que sea violencia particular o de Estado) cuando es ejercida por sus partidarios en contra de quienes no piensan como el líder o el partido que lidera; restringe las libertades civiles no solo de sus opositores sino de la ciudadanía en general, incluidas las de los medios de comunicación y las ONG que existen en su país. 

En bastantes sociedades contemporáneas la pendiente por la que las democracias se deslizan a las demo-auto-cracias suele ser no solo sutil sino aparentemente legal. Las sociedades caen en las autocracias como las ranas de la historieta terminan hervidas sin darse casi cuenta, de acuerdo a la metáfora popular respecto a este asunto. 

Levitsky y Ziblatt no solo diagnostican la patología de las democracias sino que recogen algunos remedios para, al menos, evitar caer en la demo-auto-cracia. Concretamente, hablan de la tolerancia y de lo que ellos llaman contentación. 

Tolerancia, es decir, el principio según el cual los partidos políticos rivales deben aceptarse mutuamente como adversarios legítimos, y por lo mismo el gobierno de turno debe resistirse a utilizar su control temporal de las instituciones en su beneficio propio, en el de sus funcionarios y en el de sus seguidores.

Y contentación (que parece derivar del “contention” en inglés o contención castellano en el sentido de limitarse), definida en “Cómo mueren las democracias” especificando que consiste en “evitar realizar acciones que, si bien respetan la ley escrita, vulneran a todas luces su espíritu”. Es decir que, cuando no hay contentación, el líder juega según las normas… pero intentando no solo ensanchar de manera casi imposible los límites que éstas le marcan, sino también definiendo, creando, inventándose, otras “normas” que justifican o legitiman lo que hace. 

Dos condiciones sin las cuales, simplemente, la democracia es inexistente, por mucho que se apele al voto como legitimación de todas las acciones e intenciones del que, o de los que gobiernan.

Ingeniero / @carlosmayorare

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