Der Feind der Verfassung: el enemigo de la Constitución

Cada ciudadano desempeña frente a la salud de una república el rol de los leucocitos en el cuerpo humano; son estos los que preservan la inmunidad del Estado frente a las intrusiones antidemocráticas, los que condenan a todo aquél que amenaza la institucionalidad, los que impiden los excesos de los tiranos y la degradación de la democracia, pues es la soberanía popular, al fin y al cabo, el origen de la legitimidad de las leyes y del poder político

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Por Darío Cardona

2021-05-17 8:29:35

Corría el año 2016 cuando el exmagistrado Rodolfo González, en las clases de Derecho Procesal Constitucional,formuló las palabras clave de los próximos cinco años: “Hüter der Verfassung”, con la que pretendía revivir una polémica de los Años Treinta entre Carl Schmitt y Hans Kelsen respecto de “quién debía ser el guardián de la Constitución”. Esta pregunta —que a cualquier estudiante universitario le podía resultar perfectamente irrelevante— dejó de ser, a partir del golpe de Estado al Órgano Judicial, una inquietud académica para convertirse en una arenga patriótica, en un reproche cívico: ¿dónde están los valientes que asumirán la defensa de la Constitución ahora que la “defensa técnica” ejercida por el Tribunal Constitucional ha sido ninguneada por el poder político de turno; ahora que las instituciones zozobran entre la herrumbre y la carcoma social? ¿Quién asumirá la quijotesca labor de reivindicar el valor de nuestra Carta Magna en la psique colectiva, habida cuenta de que la piedra angular de la crisis democrática que hoy padece El Salvador es esta severa leucemia ciudadana de lo que en derecho llamamos “Sentimiento Constitucional”?
Cada ciudadano desempeña frente a la salud de una república el rol de los leucocitos en el cuerpo humano; son estos los que preservan la inmunidad del Estado frente a las intrusiones antidemocráticas, los que condenan a todo aquél que amenaza la institucionalidad, los que impiden los excesos de los tiranos y la degradación de la democracia, pues es la soberanía popular, al fin y al cabo, el origen de la legitimidad de las leyes y del poder político. Ahora, cinco años más tarde, sumidos en esta profunda oclocracia de la ignorancia y el resentimiento, hemos comprobado, al final, que Platón tenía razón, que la defensa de la República y de la Constitución recae en los hombros de sus ciudadanos y que nos dejamos seducir tanto por las abstracciones filosóficas que olvidamos que todos los andamiajes legales e institucionales, son, sin la creencia popular sobre la necesidad de honrarlos, simplemente declaraciones románticas vacuas… que, como dijera Cervantes: “Las letras sin virtud son perlas en el muladar”.
Si el pueblo debe ser el guardián de la Constitución, ¿quién es el enemigo? ¿De dónde proviene este menosprecio a la institucionalidad democrática, esta leucemia constitucional que tiene postrada la conciencia colectiva? ¿Proviene de la manipulación macabra de un déspota instigador de masas, como arguyen los fanáticos de la Oposición, o proviene fundamentalmente del aprovechamiento populista de la erosión de la confianza ciudadana en este vergonzoso remedo de democracia que los ha defraudado tantas veces; de la desconfianza en este producto occidental importado que a nuestros pobres les sabe más a excusa para someterlos que para liberarlos? ¿Quién, en su sano juicio, puede creer en una democracia de fachada en la que el pueblo soberano tiene cualquier cosa menos poder y en la que es obligado a vivir en condiciones de esclavo? ¿Quién puede creer en una democracia secuestrada en su sofisticación por un séquito de truhanes, vividores de la política, que la utilizaron como una especie de credo incuestionable para preservar sus privilegios? ¿Y quién puede creer —¡por Dios y por todos los santos!— en estos liderazgos de la Oposición que aún se atreven a negar una realidad tan obvia? Es que no se piensa lo mismo de la democracia en el Centro de Gobierno que en la Comunidad La Cuchilla, porque como lo dijera el Arcipreste de Hita: “De un modo piensa el bayo y de otro el que lo ensilla”.
No es Bukele el único enemigo, éste es solo un receptáculo del resentimiento y de la descomposición social; la verdadera cruzada es contra la ignorancia a la que representa, contra los prejuicios y la desconfianza en la democracia y la institucionalidad que la clase política y los poderes fácticos han sembrado en la sociedad. Solo podremos vencer si redimimos cultural y espiritualmente a nuestro atribulado pueblo de sus propias cadenas… si liberamos al esclavo pueblo de El Salvador del tirano pueblo de El Salvador.

Escritor y licenciado en Ciencias Jurídicas