De donas y santos

A algunos de nosotros la migración nos ha hecho terminar lejos de la casa donde empezó esta tradición. Y aunque no son sustituto perfecto, por lo menos nos quedan los emojis de donas en el chat familiar de WhatsApp

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En el sepelio, familiares y amigos del difunto cumplieron su última voluntad. Foto EDH / Fotocaptura

Por Cristina Lopez

2019-09-27 5:26:39

Es sin duda uno de los mayores logros del mercadeo salvadoreño el hecho de que septiembre se haya vuelto sinónimo con la ubicuidad y el consumo de donas, gracias a la promoción de una cadena local que las pone al dos por uno en celebración del Mes de la Patria. Sin embargo, para mí, por razón de una tradición familiar que ya va durando dos generaciones, las donas no están conectadas con el Mes Patrio sino más bien con el santoral católico. Por culpa en parte de mi abuelo materno, cuya devoción infinita hacía que viera al santoral más que como inspiración, como directiva obligatoria en el nombramiento de sus vástagos, pues no concebía que ningún miembro de su estirpe anduviera por ahí con un nombre que no tuviese su correspondiente santo y fiesta en la Iglesia Católica.

Como resultado, fácilmente podría un listado de los nombres de mi familia extendida usarse para jugar al bingo en un calendario de farmacia de antaño, de esos que incluyen para cada día la mención del patrono que se celebra. Y en mi casa, en algún momento se empezaron a celebrar los días del santo de cada quién con donas para todos, algo que en aquellas épocas sin promociones del dos por uno era nada menos que un lujo en una casa de diez, donde cada tiempo de comida era multitudinario. El propósito de lo que se volvió tradición era quizás recordarnos a cada uno que teníamos patronos con conexiones celestiales que podían usarse para nuestra intercesión, o que teníamos tocayos canonizados cuyas vidas y obras podrían servir para inspirar lo que decidiéramos hacer con la nuestra.

Pero las donas se volvieron mucho más que eso. Y es que cuando se comparte la atención de los papás con otros siete hermanos, cualquier oportunidad para celebrar la singularidad propia es bienvenida y el día del santo permitía precisamente eso: un día, más allá del cumpleaños, para celebrar algo tan singular como el nombre propio en la fecha escogida por las autoridades vaticanas para la fiesta religiosa dedicada a mártires, advocaciones de la Virgen y más. Claro que no a todos les tocaba la buena fortuna de monopolizar la dedicatoria de las donas: el santoral junta a San Pedro y a San Pablo en combo y celebra a los dos mártires en una sola fiesta todos los 29 de junio, y por supuesto, en la familia tenemos uno de cada uno. Igual compartían día quienes no tenían santo específico que hubiere inspirado su nombre y se iban en la colada del primero de noviembre, día de todos los santos (fiesta religiosa que por cierto, siempre me ha recordado al famoso “¡un, dos, tres para mí y para todos mis amigos!” del juego de escondelero).

Con el paso del tiempo la costumbre ha inspirado toda serie de investigaciones y búsquedas por parte de quienes no teníamos santo famoso. Si no hubiera sido por la búsqueda de mi día de donas, jamás habría aprendido de la existencia de Cristina Mirabillis, una belga del siglo 13 cuya historia —según la documentación disponible— incluye la anécdota de que tras haber sido declarada muerta, volvió a la vida … ¡durante propio funeral!

Hace mucho que en mi familia dejamos de hacer tiempos de comida en común, cada quien montando casa propia, con sus propias tradiciones familiares. A algunos de nosotros la migración nos ha hecho terminar lejos de la casa donde empezó esta tradición. Y aunque no son sustituto perfecto, por lo menos nos quedan los emojis de donas en el chat familiar de WhatsApp, donde nos siguen celebrando el día de nuestro santo.

Lic. en Derecho de ESEN, con
Maestría en Políticas Públicas
de Georgetown University
@crislopezg