Ante las tibias promesas de los líderes del mundo de frenar el
calentamiento global y reducir al 2050 la mitad de emisiones tóxicas de la ciega civilización industrial, un grito resonó en el salón de las Naciones Unidas, diciendo: “¡La casa se nos quema!”. Era Greta Thunberg, la joven activista sueca de 16 años, encarando a los jefes de Estado sobre la urgencia de salvar el planeta. “Todo está mal —exclamó—. Yo no debería estar aquí, sino en mi escuela, al otro lado del océano. Es a ustedes a quienes hemos acudido los jóvenes del mundo en busca de esperanza”. Luego añadió su típica frase: “¿Cómo se atreven?… Ustedes me han robado mi infancia con su retórica hueca y ahora pretenden robar mi futuro”. Hizo énfasis en que incluso los recortes más estrictos de gases le darían al mundo apenas una probabilidad del 50% en limitar el creciente calentamiento global a unos 0,4 grados centígrados, según las metas previstas. Si bien es cierto que la civilización industrial impulsó el desarrollo en el mundo, ésta se convirtió a la vez en la mayor amenaza hacia el planeta y la vida. La Energía Solar –vasta y no perecedera— será la salvación del medio ambiente y de la paz mundial. Pero esta “Civilización Solar” es por hoy interrumpida por la perversa riqueza que ofrecen el oro negro del petróleo y los gases de invernadero. A ello sumaríamos el otro oro nefasto: el de la guerra. ¡La Casa se nos quema! Y con ello la paz y la promesa del mañana.
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