¿Cultura del espectáculo?

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Por Mario Aguilar Joya

2019-09-01 7:50:59

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (UNESCO), después de la “Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales”, realizada en México en 1982, redefinió la cultura como “el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social”.

Es así como entendemos que la “cultura del espectáculo”, sería el conjunto de rasgos distintivos que una sociedad o un grupo social adquiere a través de los diferentes medios que constituyen la industria del espectáculo. Dada la fuerte influencia que actualmente tienen la televisión, internet y las redes sociales sobre las masas, es la mala interpretación y equivocado uso que se les da a estas tecnológicas, lo que desencadena la presunta manipulación del comportamiento que sobre la población tienen esos adelantos tecnológicos.

En muchas ocasiones “la cultura del espectáculo”, ha llevado a los padres a decidir el nombre de sus hijos con base en los famosos de la época. Así hemos pasado de Shakira o Neymar, a los nombres de los personajes de la famosa serie «Juego de Tronos», donde en muchas partes del mundo, se les llamó a las niñas con los nombres de Arya o Daenerys, por supuesto antes de que esta famosa heroína pasara a convertirse en una perturbada pirómana.

Pero la elección de los nombres de los hijos no es el principal daño que nos proporciona la llamada cultura del espectáculo; la violencia urbana, fanatismo, exclusión social y terrorismo son acciones que con mayor frecuencia cobran víctimas de la comúnmente llamada “cultura del espectáculo” sin que nos demos cuenta cómo lo hace.

La Asociación Americana de Psicología estima que durante el año 1990 los adolescentes de trece años habían presenciado más de cien mil hechos de violencia en la televisión y cerca de diez mil de estos eran asesinatos. Pero no solamente los programas de adolescentes se ven cargados de violencia, también se estima que en los dibujos animados infantiles aparece en promedio un acto de violencia cada quince segundos. Esta cifra aumento en un diez por ciento cuando se llegó al año 2000.

Sin duda que estos números necesitan ser actualizados ahora que estamos por terminar la segunda década del siglo XXI y en vista del aumento en el número de horas diarias que los niños y adolescentes pasan frente al televisor (en promedio de tres a cuatro horas) y de las cuatro a seis horas que pasan frente a la computadora o entretenidos en juegos, muchas veces violentos. No debería extrañarnos que las estadísticas no sean favorables.

Es en base a todos estos datos que la Academia Americana de Psiquiatría Infantil y de Adolescentes manifiesta que el impacto de la violencia en la televisión o a través de la internet “puede ser evidente de inmediato en el comportamiento del niño o puede surgir años más tarde y la gente joven puede verse afectada aun cuando en la atmósfera familiar no muestre tendencias violentas”.

Esta organización Académica menciona que a largo plazo estos jóvenes crecerán creyendo que son “inmunes” a los horrores y efectos de la violencia, permitiéndoles que se acepte la violencia como un modelo para resolver sus problemas.

Es por todos estos motivos que cada vez con mayor frecuencia los estudiosos de las ciencias sociales abogan porque se cambie el término de “cultura del espectáculo”, pues no suele aportar los beneficios que “la cultura” debería proporcionarnos. En realidad, se trataría en el menos malo de las definiciones en una sub-cultura.

O mejor definido aún de una contra-cultura, de la que muy poco de bueno se ha podido obtener.

Es precisamente el escritor latinoamericano, ganador del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, quien en su libro La civilización del espectáculo (2012), hace una propuesta implícita con el cambio de nombre. Definiendo a la sociedad actual con el calificativo de “la civilización del espectáculo, como un mundo en el cual el primer lugar está ocupado por el entretenimiento y la frivolidad prolifera haciendo estragos en las mentes de las personas”.

Estragos en la mente de las personas que lleva expresamente incluido el potencial de mal-entendimiento entre todos nosotros, cuando transforme negativamente a la sociedad y se convierta en una ideología que domine y coarte el libre pensamiento suscitando un estado que eclipsa el intelecto.