Cuestión de convivencia

Los conflictos de convivencia afectan la armonía social y la salud mental de la población, ya cargada con los usuales y bien reconocidos problemas

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La jornada prevé contribuir con la generación de una cultura de innovación que fortalezca el sector. Foto EDH/AFP

Por José María Sifontes

2019-05-17 9:29:54

La señora N. entró al consultorio visiblemente alterada. Las oscuras ojeras, la expresión descompuesta de su rostro y el cabello arreglado a la ligera eran evidencia clara de un estado ansioso severo y de un cansancio extremo. Tenía ya varias semanas de dormir sólo unas pocas horas por noche. Tomando en cuenta que como empleada su rutina diaria daba inicio a las cinco de la mañana no resultaba difícil comprender su estado. Al indagar sobre las razones que la tenían así no reportó los típicos problemas que afectan a gran número de personas, como las dificultades económicas, los conflictos familiares o condiciones laborales estresantes. Tenía un hogar básicamente estable y gustaba de su trabajo. El problema no era de esa clase sino una situación con una familia que ocupaba un apartamento contiguo, en un sector populoso de la ciudad.

Estos vecinos, un grupo familiar compuesto por adultos, adolescentes y niños, tenían la costumbre de encender su equipo de sonido temprano en la mañana y mantenerlo funcionando todo el día y gran parte de la noche, con un volumen que sin dificultad llegaba a dos cuadras a la redonda. A esto se adicionaba un gusto musical bastante primitivo, con rancheras estridentes y reguetón del más corriente, casi pornográfico. “No se soporta, día y noche oyendo ese bum, bum. No comemos a gusto porque todo retumba, apenas se puede descansar”, comentaba la señora N. A la pregunta obligada de por qué no habían reclamado o denunciado, la respuesta no fue ninguna sorpresa, pues con esas costumbres y gustos no costaba imaginar qué tipo de personas tenían por vecinos. Nadie reclamaba porque les tenían miedo. Los adultos con actitud prepotente y los adolescentes con aspecto de delincuentes. Otro vecino una vez hizo un reclamo —con las precauciones del caso— y lo único que le dijeron fue que el aparato de sonido era de ellos, que podían usarlo como les diera la gana y que si había algún problema. No volvieron a reclamarles. Otro vecino puso quejas con la policía y en la alcaldía, pero nadie llegó.

Lo anterior ilustra un tipo de situaciones que van haciéndose más frecuentes en nuestra sociedad: los conflictos de convivencia. Éstos afectan la armonía social y la salud mental de la población, ya cargada con los usuales y bien reconocidos problemas. Vecinos que invaden propiedad privada para estacionar, conductores agresivos que creen que las calles son sólo de ellos, y otros muchos casos que tienen como factor común el irrespeto al derecho de los demás.

Los reclamos directos implican riesgos y las denuncias a las autoridades con frecuencia no son atendidas. Las consecuencias son la impunidad y la ley de la selva. Se comprende que ante la ola de criminalidad que abate al país estos problemas de convivencia no se perciben como urgentes, pero hay relación. Los grandes incendios comenzaron con fuegos pequeños. La conducta criminal evoluciona por etapas, si una no se atiende pasa a la siguiente. Esto lo describieron muy bien Kelling y Wilson en su teoría de las ventanas rotas. Los crímenes graves y los crímenes menores (petty crimes) deben ser atendidos con la misma diligencia por las autoridades, porque unos se incuban en los otros. La teoría tiene mucho sentido si nos ponemos a pensar qué será de los niños vecinos de la señora N.

Exacto, que aparte de quedarse sordos tienen todo lo necesario para convertirse en los futuros criminales.

Médico siquiatra