Un cuento de Navidad

No entendía por qué, hace tan solo unos años, la Navidad tenía para él algo de magia, y la esperaba con una ilusión y una alegría que siempre hacían que cuando todo pasaba le hubiera sabido a poco. Pero ya no. Cerró los ojos y suspiró, como sin querer y sin saber por qué, se dijo para sí mismo: “Ángel de mi guarda dulce compañía no me desampares ni de noche ni de día…”.

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El partido entre el París y el Lyon, por la Copa de Francia, no se pudo finalizar. Foto / AFP.

Por Carlos Mayora Re

2021-12-17 4:48:06

Podrían ser como las siete de la noche. Para Alberto era un día más, aburrido como todos, monótono como todos. A sus quince años, siempre había poco que hacer.
A lo lejos se escuchaban tímidamente algunos cohetes y sabía que si se asomaba a la cocina para comer algo, su mamá le recriminaría (¡otra vez!) por no haber arreglado su habitación. La última ocasión en que habían discutido había sido ese mismo día, como a las doce, cuando salió de su cuarto para asomarse a la refri. Intentó esquivarla, pero a saber cómo supo que andaba por allí… y se la encontró: bla, bla, bla, bla, bla…: que parece mentira que ni en Navidad se preocupara de ayudarle, que su cuarto era una vergüenza, que qué iban a decir los invitados (como si fuera a convidarlos a su habitación), que el desorden de su cuarto era reflejo de su desorden interior (eso sí que nunca lo había entendido, pero era una de las recriminaciones preferidas de su mamá), bla, bla, bla, bla, bla…
Odiaba esas reuniones familiares. No entendía por qué, hace tan solo unos años, la Navidad tenía para él algo de magia, y la esperaba con una ilusión y una alegría que siempre hacían que cuando todo pasaba le hubiera sabido a poco. Pero ya no. Cerró los ojos y suspiró, como sin querer y sin saber por qué, se dijo para sí mismo: “Ángel de mi guarda dulce compañía no me desampares ni de noche ni de día…”. Y se sorprendió de lo tonto de su gesto, ¿qué ondas? ¿Por qué se había acordado de esa boba oracioncita que su mamá le había enseñado hace tantos años? Hasta se sonrojó al recordar que llamaba Thor a su ángel de la guarda, imaginándolo el más poderoso de todos… ¡qué tontería!
Se metió de nuevo en sus pensamientos: odiaba las conversaciones de los adultos, detestaba tener que esperar hasta las tantas que se sirviera la cena, no bebía ni fumaba (idiotas los que lo hacían) pero tampoco disfrutaba con la compañía de los primos, pues había entre ellos como un acuerdo tácito de que lo mejor era irse a la sala y meterse cada uno en su cel.
No soportaba estar sin hacer nada y le encantaba estar solo. No aguantaba estar aburrido y al mismo tiempo no sabía qué hacer para no estarlo. Ya había repasado dos veces, por lo menos, sus series favoritas; había revisado, no se podría decir en cuántas ocasiones, el perfil de sus amigos. Hasta había visto los mejores partidos pasados de su equipo de fútbol (ahora en horas bajas).
De la nada escuchó que lo llamaban al mismo tiempo que tocaban a su puerta. Como temía, era su mamá. Abrió despacio, sospechando lo peor. Pero la vio sonriente y con un guiño pícaro en su mirada le dijo: -Beto, hay alguien preguntando por ti. La curiosidad pudo más que la comodidad y la siguió por el pasillo, preguntándose quién podría buscarlo.
Y entonces se vio. Era él mismo sentado en el sillón, él mismo con diez años menos, con sus piernitas balanceándose en el vacío. “Albertito”(mientras Alberto no entendía nada) giró la cabeza y le sonrió con los ojos. Se quedó de piedra, helado, perplejo. El niño le (se) dijo: -Alberto, ¿te acuerdas de mí? (él quiso hablar y no pudo), - ¿qué te ha pasado? ¿Por qué estás triste cuando todos están alegres? Es Navidad y dice Thor que arregles tu cuarto y te acuerdes de que la Navidad es para estar feliz… Y de un salto, se levantó y salió corriendo.
Se quedó helado, con la boca seca, con la cabeza llena de mil pensamientos y el corazón a mil por hora. Luego no supo más que abrazar a su mamá y susurrarle al oído... “Feliz Navidad, mamá”.

Ingeniero/@carlosmayorare