OPINIÓN: Los espectadores

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Manuel Hinds / Foto Por Archivo

Por Manuel Hinds

2020-06-25 10:05:53

El gobierno ha vuelto a la carga con su voluntad de volver a imponer una cuarentena y  restringir los derechos de los salvadoreños. Su argumento es que la aceleración de la epidemia  se debe a que se terminó la cuarentena de casi cien días en la que hemos vivido. Este argumento  es falso. La escalada del virus ya había comenzado con una fuerza incontenible cuando la  cuarentena terminó. Ya antes de que ésta terminara los médicos de los hospitales estaban  diciendo que sus instituciones estaban colapsadas y era del conocimiento de la población que  las personas que ingresaban a los hospitales eran apiladas en corredores, no en camas sino en  camillas, en colchones y hasta en el suelo, sin recibir ninguna atención y hasta sin comida por muchas horas.

La idea, pues, de que volver a imponer la cuarentena por 15 días reduciría los contagios y  las muertes, es muy débil. Los casos que llegarían a los hospitales estarían determinados por  los contagios que ya se habrían dado durante estos días en los que no ha habido cuarentena,  de modo que al final de esos 15 días el presidente diría que la nueva cuarentena no habría  todavía tenido efecto, por lo que pediría 15 días más, reentrando así al círculo vicioso en el que  nos mantuvo por tres meses sin ningún efecto real en la desaceleración del número de contagios  y muertes que está teniendo lugar en el país, que es muy similar al de todos los países que han  sido golpeados sustancialmente por el coronavirus. El mismo presidente ha comprendido esta  lógica, y ha dicho que en realidad lo que quiere es mantenernos en cuarentena hasta que se  pueda aplicar masivamente una vacuna que todavía no existe, lo cual quiere decir que el país  estaría en cuarentena hasta mediados del año que viene, como mínimo, lo cual ya hemos  aprendido que no funciona ni en tres meses, mucho menos en 12 meses más.

Además la idea de que el gobierno pueda tener los recursos para llenar las necesidades de  los pobladores sin que la economía produzca nada y sin que la población pague impuestos es  obviamente absurda. Lo que ya pasó volvería a pasar otra vez y peor: las banderas blancas de  la gente sufriendo hambre, los habitantes violando la cuarentena para ganar algo para mantener a sus familias y para comprar cosas indispensables para ellos. Las personas con instrucción  notoria que viven en nuestro país y no en una utopía inventada saben que eso es lo que pasaría.  De esta forma, lo que el gobierno está haciendo es proponer, otra vez, una quimera que no es ni  viable ni efectiva y que sólo desgracia traería a la sociedad.

Conociendo al presidente no deberíamos sorprendernos de que ese sea su plan, su único  plan: volver a encerrar a todos en un régimen violatorio de la Constitución, sin hacer ninguna  mejora significativa al sistema de salud, sin hacer nada que acerque la solución de la pandemia.  Lo que sí debería de sorprendernos es que el pueblo acepte que esta rutina de pedir hasta el  infinito 15 días más, de seguir violando la constitución, de no hacer nada más que reprimir al  pueblo, siga dándose en lo que pareciera un episodio más de un perverso juego electrónico que  da placer adictivo solo a la persona que lo juega y trae tragedias a todos los demás.

Lo chocante es que el pueblo mismo y sus grupos más educados sólo contemplen este juego,  como si se estuviera jugando en otro país, como si ellos mismos no fueran a pagar las  consecuencias de sus caóticos resultados, sin usar todos los recursos a su alcance para detener  este juego macabro forzando al presidente a respetar la Constitución y a que preparara e implementara planes efectivos para la protección de la salud de la población y para la  recuperación económica del país. Y no lo hacen porque somos un pueblo dividido por el odio,  por la miopía que no permite ver que el bien común no sucede por sí solo, sino que hay que  buscarlo determinadamente. La venta de quimeras tontas y de terrores creados por el mismo  gobierno seguirán pasando hasta que la población aparte las diferencias insustanciales y se una  para restaurar el orden constitucional e instalar políticas razonables de salud y desarrollo.

Nadie más va a resolver este problema para nosotros.