Cuando el dolor ajeno se siente…

Como sociedad estamos en deuda con las familias de los desaparecidos, deben las instituciones responsables manejar esta cadena de llanto y dolor brindando la atención psicológica que una familia merece; tiene que haber un grupo de profesionales que aborden al grupo familiar con respeto, con tacto, y por qué no, con una pizca de compasión; pero como no es mi muerto ¡poco importa!

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Raúl Peñaranda (7) celebra con Henry Romero, Iván Mancía y Diego Ascencio el gol de Alianza en el partido de ida de cuartos de final de la Liga Concacaf en el Estadio Cuscatlán de San Salvador. Foto EDH / Jessica Orellana

Por Ricardo Lara

2019-09-26 7:21:15

Según avanza la tecnología, al médico se le prepara para adaptarse a los cambios que la modernidad conlleva. Todo queda registrado en una base de datos, pero algunas situaciones quedan guardadas en el alma, en el corazón, donde se experimenta un dolor terrible, tenebroso.

En su vida profesional el médico se ha enfrentado a tantos problemas disfrazados de enfermedades, de caracteres, de sufrimientos pero nada me había preparado para atender a la esposa de un desaparecido, sí, de esos que en muchos casos están muertos pero que no los reconocen como tales porque no hay cuerpo; de esos que dicen las autoridades que andan de fiesta, que se fueron al país del Norte sin avisar. Lamentablemente la paciente que atendí tiene nombre, tiene hijos, tiene que luchar y vivir ; tuvo, tiene y tendrá un esposo a quien ama, a quien esperó por más de seis meses a que regresara a casa. Es una cadena de eventos en un país donde la vida no vale nada y menos importa la atención que recibirá un familiar de un desaparecido, tan curtidos estaremos que para algunos profesionales de la Fiscalía General de la República y para algunas instituciones y para medios de comunicación el hallazgo de un cuerpo es una pírrica victoria, ¡es otro cuerpo o son otros restos!

Los protocolos de atención a los parientes de los desaparecidos, a quienes aparte de lidiar con ese dolor de perder a su ser amado ahora le toca lidiar con paredes de indolencia, de indiferencia, de ese común denominador que tiene marcado en el corazón el salvadoreño promedio: el alma anestesiada. Brindar una consulta médica a alguien que en apariencia solo atraviesa una crisis nerviosa, llenar el censo, dar algún ansiolítico y continuar la faena con el paciente que espera su turno pareciera que es el protocolo establecido y lo es pero escuchar el llanto desgarrador, esa dicotomía entre querer dar una cristiana sepultura o no querer aceptar que es su esposo a quien reconoció por un zapato, volver al trabajo y a la vida… ¡como si nada hubiera pasado!

La violencia social golpea directamente a unos; a mí me golpeó indirectamente con esta experiencia pero poco se hace por el respeto al luto, a ese futuro incierto para una familia donde hay un desaparecido. ¿Qué se le puede decir a una mujer ante tal situación?

Como sociedad estamos en deuda con las familias de los desaparecidos, deben las instituciones responsables manejar esta cadena de llanto y dolor brindando la atención psicológica que una familia merece; tiene que haber un grupo de profesionales que aborden al grupo familiar con respeto, con tacto, y por qué no, con una pizca de compasión; pero como no es mi muerto ¡poco importa!

Declaraciones a la ligera dicen que muchos desaparecidos salieron a divertirse y ya están en sus hogares, otras más atrevidas afirman que se fueron del país sin avisar, pero ¿Cómo se puede ser tan indolentes? No lo sé pero los que estamos en salud y atendemos a la familia de un desaparecido debemos ayudar en todo lo que sirva para al menos aliviar en algo la pena que carga esa persona, esa madre, padre, esposa, esposo, hijo, etc. con un futuro incierto.

Durante la preparación del estudiante de medicina y en la práctica médica jamás nos preparan para atender a un paciente cuyo diagnóstico clínico no existe, no se puede poner en el censo: “Esposa que encontró en una fosa clandestina a su esposo después de meses de intensa búsqueda”.

Así las cosas, a pesar de lo duro que fue para mí atender a esta señora pude conocer en primera persona el dolor ajeno, haber compartido ese dolor, haber ayudado atendiendo cual si fuera un pariente mío el desaparecido y sobre todo ayudar un poco ante una tragedia de la que solo oímos hablar.

¡Ojalá las diferentes instituciones humanicen esta tragedia haciendo lo posible para ayudar a tan desgarrador dolor! con esta noticia “Se encuentra un cementerio clandestino” mi óptica cambió y espero más humanización —término ahora muy de moda— de todas las instituciones que atienden a familiares de los desaparecidos.

Médico