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¿Callar o proclamar?

La mejor defensa que tiene el hombre de Dios es su integridad. Nada impresiona tanto, a la vez que llama la atención de la gente, como la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace”.

Por Mario Vega

¿Hay algo que Dios quiera decirnos hoy? Si así fuera, lo más probable es que nos lo diga a través de su Iglesia. Más precisamente, a través de los ministros de su palabra. Así las cosas, resulta gigantesca la responsabilidad que recae sobre los pastores de ser fieles a su llamado. Cuando por desconocimiento, inconsciencia o cobardía no se cumple con esa comisión, la grey pierde el camino o se siente abandonada. Con esos pensamientos en mente, compartí una enseñanza a varios cientos de pastores en febrero de 2016. Y vistas las condiciones que vivimos hoy, me parece oportuno transcribir una parte de esa enseñanza como recordatorio:

“Jerusalén, la ciudad de paz, se había convertido en una ciudad de muerte, pues el Señor le dice: “...matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados”. ¿Por qué razón la ciudad mataba a los que le eran enviados? Porque la incomodaban, la cuestionaban. Es decir, se enfrentaban a sus poderes. Si ese fue el destino de los profetas y de los enviados de Dios a la ciudad, ¿cuál debería ser el nuestro? Este es un buen punto de reflexión en la actualidad, cuando los ministros del evangelio son totalmente inocuos. Creyentes que son muy buenas personas, simpáticos y siempre dispuestos a orar por el alcalde o por el presidente. Predicadores que no tienen ningún tipo de problema dentro de la ciudad porque ellos mismos no son un problema para los poderes de la ciudad. Ministros que no son profetas, que no están anunciando la palabra de Dios para su momento histórico.

“La pregunta que debemos hacernos para cumplir nuestra misión es: ¿Qué es lo que Dios tiene que decir a la ciudad hoy? Si la Iglesia calla, nadie más lo dirá. Cuando la Iglesia comience a cumplir su rol profético, comenzará a tener problemas. ¿Por qué? Porque los poderes de la ciudad están configurados en contra de la voluntad de Dios. Sus valores, métodos y motivaciones son pecaminosos; consecuentemente, cuando la Iglesia expresa la voluntad de Dios para la ciudad, termina incomodando, al igual que Juan el Bautista que amonestaba a Herodes por su relación pecaminosa con la mujer de su hermano. Los hermanos evangélicos de hoy le habrían dicho a Juan: “¿Para qué meterse en problemas? Si los gobernantes siempre han sido corruptos. ¿Por qué tiene usted que andarle diciendo esas cosas? Herodes jamás cambiará, mejor venga y predìquenos aquí a los que nos queremos bautizar en el río”.

“En verdad, Juan predicaba y bautizaba en el río Jordán, pero también le señalaba al rey su pecado. Herodías, que era la mujerzuela del rey, se incomodaba mucho con el mensaje del Bautista y deseaba callarlo, matarlo. Pero ¿por qué Herodías no quería matar a Anás y a Caifás? Ellos también enseñaban la palabra de Dios. Pero ¿por qué no tenía problemas con ellos, que también sabían que era incorrecto que Herodes tuviera la mujer de su hermano?

“La respuesta es porque nunca dijeron nada. Los sacerdotes pertenecían al partido de los ricos y, muy probablemente, tenían buenas relaciones con el rey. Ellos tenían intereses ante Roma que compartían con Herodes. Por ejemplo, no pagaban impuestos sobre los tesoros del templo; estaban exentos. Ellos hablaban con Herodes un poco de todo y un poco de nada, pero ni una palabra sobre su situación de pecado. Eran ese tipo de creyentes que intentan quedar bien con Dios y con Satanás.

“Así es como se llega a ser un creyente anodino, sal que perdió su sabor y que ya no sirve para nada (Mateo 5:13). Pero Juan no era de la gente que se callaba e insistió en lo que era correcto ante el corrupto Herodes. Los poderes de la ciudad comenzaron a operar con su sensualidad, intrigas y engaños hasta llevar a Juan a prisión y después a la muerte. Los poderes de la ciudad son tan grandes que ni el rey pudo controlarlos porque Herodes no quería hacer daño a Juan, él sabía que era un hombre justo y santo. La mejor defensa que tiene el hombre de Dios es su integridad. Nada impresiona tanto, a la vez que llama la atención de la gente, como la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace”.

 

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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