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El clamor de los inocentes

El maltrato injusto debería ser motivo de preocupación y acción para cada creyente. Una vez se cierra el corazón al rostro de los sufrientes, se producen graves problemas humanitarios que se naturalizan. Así surgen los pecados estructurales.

Por Mario Vega

Celebrar el mal ajeno es cruel y anticristiano. Es una pérdida de humanidad porque aun entre los mamíferos es regla general asociarse y ayudarse mutuamente. Los carnívoros suelen alimentar a los inválidos, enfermos o envejecidos. Pero el ser humano se muestra insensible frente a las desgracias de los débiles y vulnerables. Y no solo insensible, sino que suele justificar el sacrificio de sus congéneres catalogándolos como daños colaterales o márgenes de error; pasando por alto el principio ético básico de que ningún inocente debe ser maltratado.

El cristianismo es una llamada a recobrar la conciencia sobre el valor de la persona humana, principalmente la de los menos favorecidos. De manera que el maltrato injusto debería ser motivo de preocupación y acción para cada creyente. La vida interior genera pensamientos, los pensamientos generan posturas y las posturas son capaces de causar muchos daños. Una vez se cierra el corazón al rostro de los sufrientes, se producen graves problemas humanitarios que se naturalizan. Así surgen los pecados estructurales.

En el día de reposo judío, Jesús fue a una sinagoga donde se encontraba un hombre con una mano paralizada. Sus enemigos lo asechaban para ver si lo sanaría y así poder acusarlo de no guardar el reposo. Jesús le pidió al hombre que se pusiera en pie, en medio de todos. Le dio centralidad y visibilidad para hacer más patente su sufrimiento. Entonces preguntó: «—¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal, salvar una vida o matar?». Allí estaba el hombre, un ser humano, una persona con una limitación física. Solo había dos opciones: hacerle un bien ayudándolo o ignorarlo restándole importancia. Los enemigos de Jesús optaron por lo segundo anteponiendo su religión a la solidaridad. Solo les interesaba defender su punto de vista y acusar a Jesús.

Pero ¿realmente qué es lo que le interesa a Dios? ¿Que se haga el bien o el mal? ¿Salvar la vida o destruirla? Responder que Dios estaba de acuerdo con hacer el mal o ignorar a los necesitados resultaba ser una aberración evidente que sería contraproducente para su imagen moralista. Por el contrario, responder que Dios desea que se haga el bien y ayudar al que se encuentra en desventaja era validar lo que Jesús hacía todo el tiempo. De manera que optaron por no responder, guardar silencio. Callar frente a una necesidad que les cuestionaba. Permanecer indiferentes y endurecidos.

En ese momento, Jesús se enojó al mismo tiempo que se entristeció por su insensibilidad que les colocaba como menos que los mamíferos. Hoy Jesús continúa indignado por aquellos que, llamándose creyentes, justifican a favor de su ideología o de sus ídolos el maltrato y las injusticias contra los inocentes. En un país en el que la mayor parte de la población se manifiesta creyente en Dios, debería mover a una expresión de indignación masiva la catástrofe moral que vivimos. Pero, los llamados creyentes en Jesús, parecen solazarse en los sufrimientos e injusticias de quienes nada deben, pero que les cobran todo. Así, las preferencias políticas son colocadas sin miramientos sobre el sacrificio de aquellos por quienes el Maestro mostró amor insobornable.

Indignado, Jesús curó la mano del hombre. Al sanarlo, mostró el camino correcto: las personas deben estar siempre sobre la religión y las ideologías. Una religión que no protege y asiste a los inocentes es una religión que no vale de nada ante el Dios de Jesús. Es una profunda reflexión y llamado que desafía a los creyentes en una época de excesos e inhumanidad.

La reacción de los enemigos de la verdad, lejos de ser la del arrepentimiento, fue un paso más hacia las tinieblas. Fue en esa ocasión cuando, por primera vez, hablaron de matar a Jesús. Rechazaron en absoluto la enseñanza maestra que acababa de darles y se negaron a sensibilizarse. Igual reacción tendrán hoy aquellos que son muy religiosos, pero conservan los ídolos en su interior. Continuarán exaltándolos por arriba del dolor de los inocentes mientras justifican la muerte de los olvidados. Porque para ellos no importan, son solo males aleatorios. Con ello queda muy claro el bando al que pertenecen y el destino que les aguarda.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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