La manifestación del Dios-Niño

Esta Epifanía de 2022, o conmemoración de la manifestación de Dios Niño a la humanidad a través de los Magos que llegaron de Oriente, es una ocasión para recordar que aún en medio de cualquier tipo de tiniebla, ignorancia, oscurantismo, retroceso, turbiedad y confusión, Dios, nuestro Padre todopoderoso, nunca se olvida de nosotros

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Erick Dowson Prado, técnico del AD Chalatenango, durante un entrenamiento. Foto: Cortesía AD Chalatenango

Por Eleonora Escalante

2022-01-05 4:36:48

La palabra Natividad proviene del verbo “nacer” y describe el acto de un nacimiento de un ser viviente, un proceso que en el caso de un humano sucede desde del vientre de su madre en un lugar específico, bajo circunstancias y condiciones inteligibles para el contexto en el cual se da el acto del parto.

En el caso de Jesús-Cristo, hijo de Dios encarnado en la Virgen María, la Natividad conquista un significado más profundo. Los que amamos a Dios como nuestro creador y salvador personal hemos aprendido que la palabra Natividad es la misma que la Navidad, e inmediatamente la relacionamos al 25 de diciembre, fecha en el cual nos dan vacaciones largas, se intercambian regalos, se compra ropa nueva, se celebra con un banquete especial y se comparte la ocasión con algarabía, música, juegos pirotécnicos y baile junto a nuestros seres más queridos.

Sin embargo, la Natividad de Jesús dista hasta la luna y más allá de nuestras celebraciones actuales. El Nacimiento de Jesús sucedió en medio de un viaje repentino de José y María, quienes llegaron a Belén buscando un lugar para pasar la noche, y según la historia, nadie les abrió sus puertas. No puedo imaginarme la desesperación de José, quien, angustiado por su esposa, debe de haber buscado calle por calle, hasta encontrar el pajar de un establo. Y en medio de las vacas, algún burro, las ovejas, los caballos y demás bestias, tomó la decisión de que allí sería el lugar para que María diese a luz, sin auxilio de una partera. Tampoco puedo imaginarme el cansancio de María y el agobio que debió sentir al recostarse en un cobertizo henil, sucio y en medio del olor a estiércol apestoso. ¿Qué acto de fe más grande arriesgarse a dar a luz así? Quizás el frío de la noche y la complicación de ser mamá primeriza en circunstancias tan extremas deben de haber asustado mucho a María también.

Imagino que la luz de la Estrella debió de haber sido tan poderosa y majestuosa, que María y José sabían que no estaban solos. No les faltaron ángeles del cielo que les ayudaron y protegieron en todos los flancos de su huida, caminando junto a ellos hacia un alumbramiento tan divino. La misericordia de Dios les honró no solo con un fulgor y claridad sobrenatural de un astro guiador celestial, sino que les envío a Sabios del Oriente, quienes sabían que debían llegar con regalos a Jesús para honrarlo como Rey.

Que el hijo del soberano de todo el universo haya nacido en medio de la inmundicia de un pesebre pobre y maloliente, no es una coincidencia. Aún en medio de una pocilga de mala muerte, Dios se encargó de alumbrar el universo con su estrella. Su manera de hacer fiesta fue un espectáculo con el astro centellante, llenando de esplendor el infinito, algo que nunca podrá ser superado por el chisporroteo de la más sofisticada luz de pólvora china actual.

Esta Epifanía de 2022, o conmemoración de la manifestación de Dios Niño a la humanidad a través de los Magos que llegaron de Oriente, es una ocasión para recordar que aún en medio de cualquier tipo de tiniebla, ignorancia, oscurantismo, retroceso, turbiedad y confusión, Dios, nuestro Padre todopoderoso, nunca se olvida de nosotros. Su claridad diáfana de amor se refleja en los pequeños milagros que vivimos, y que son evidencia de su luz para con todos. Que la esperanza del humilde nacimiento de Jesús brille en nuestros corazones en 2022. Nuestro Padre Celestial nunca nos dejará solos.

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