Religión y política

En la actualidad, en una democracia existe el “vox populi, vox dei”, es decir, nosotros los ciudadanos somos los que “ponemos y quitamos” a esos “reyes” a través del libre ejercicio del voto y la exigencia ciudadana que la Constitución sea respetada en su totalidad

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Gráfico cedido hoy por el Centro Nacional de Huracanes (NHC) estadounidense donde se muestra el pronóstico de tres días de la tormenta tropical Nana en su paso por Centroamérica. La tormenta tropical Nana amenaza con convertirse en un huracán este miércoles antes de llegar a las costas de Belice, lo contrario que la tormenta Omar, que se aleja de la costa este de EE.UU. y no supone amenaza alguna para tierra. EFE/NHC /

Por Carmen Marón

2020-09-02 8:42:08

El 23 de marzo de 1980, Monseñor Oscar Arnulfo Romero (para los católicos San Arnulfo Romero) predicó su última homilía en Catedral. Lamentablemente, esta homilía es más recordada por una frase que por años se ha considerado subversiva, que por el rico contenido bíblico y catequético que se centraba en que Dios forja la historia.
Casi al final de la misma, Monseñor escribió: “Hace poco me presentaban un esquema muy significativo, y es, el hombre que trabaja en política mira los problemas temporales: el dinero, las tierras, las cosas y se puede quedar contento con sólo resolver estos problemas; pero el político que tiene fe, se remonta hasta Dios y desde Dios mira como ese tramo inmediato que los políticos de hoy están tratando de resolver, no debe de mirarse separadamente de la perspectiva de Dios”.
Cuando se habla de mirar la política desde la perspectiva de Dios, deben tenerse en claro dos cosas.
La primera es que existe una separación Iglesia-Estado (aunque sea de facto), y por lo tanto, el Estado debe obedecer las leyes seglares tal y como se presentan en la Constitución, mientras que la Iglesia debe motivar a los ciudadanos a obedecer las leyes de la nación, siempre y cuando éstas no contradigan la Ley de Dios.
La segunda es que el político que teme a Dios debe actuar con justicia, rectitud y llevar su gestión apegado a las enseñanzas del Evangelio o la creencia que dice profesar. Decir que se es político y creyente y no actuar como tal es simple hipocresía.
El político que teme a Dios, según Monseñor Romero, es aquel que reconoce que “cualquier proyecto histórico que no se fundamente en…la dignidad de la persona humana, el querer de Dios, el Reino de Cristo entre los hombres, será un proyecto efímero”. Un funcionario público, por ende, vive su fe de hecho, pues en un estado laico su fe se demuestra al generar políticas e iniciativas de beneficio hacia los más necesitados que sean válidas a través del tiempo. Su testimonio más grande es tener siempre presente esa frase incómoda del Evangelio: “No se puede estar al servicio de Dios y del dinero” (Lucas 16, 13).
En pueblos extremadamente religiosos como el nuestro es loable que se decreten días de oración. Pero nunca debe olvidarse que esos días deben estar íntimamente relacionados con la paz y armonía social que promuevan los gobernantes. Dichoso el país donde el mandatario toma tan en serio su cargo como un santo tome su misión en la Tierra y busca ejercer su cargo con la conciencia que da cuentas a Dios mismo, a ese Dios que “pone y quita reyes”. En el Israel de antaño, cuando Saúl no agradó a Dios, Él lo destituyó y nombró a David. En la actualidad, en una democracia existe el “vox populi, vox dei”, es decir, nosotros los ciudadanos somos los que “ponemos y quitamos” a esos “reyes” a través del libre ejercicio del voto y la exigencia ciudadana que la Constitución sea respetada en su totalidad. La verdadera sabiduría de parte del ciudadano consiste en votar según sus creencias y cerciorándose de la probidad del candidato.
Un gobierno que en todo su actuar político busca el beneficio del pueblo actuando con justicia y buscando el bienestar social será una bendición para sus ciudadanos. Desde lo laico, desde lo constitucional es posible vivir el Evangelio. Muchas veces, Dios se vale de hombres rectos dentro del quehacer político para que ocurran milagros cotidianos, como, por ejemplo, una buena y consultada política de salud pública, o una rápida recuperación de nuestra economía a través de planes debidamente consensuados. Por último, nunca debemos olvidar que, aún en el ámbito político, si nos llamamos creyentes y si después de este humilde escrito los comentarios se llenan de memes de odio, me permito recordarles que el segundo mandamiento sigue vigente : “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas.