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Dios no es corruptible

Cada vez que un cristiano se entere de un caso de corrupción su fe debería recordarle que Dios desea otras relaciones, y lo fortalecería para no conformarse con esa situación. La fe es empeñarse en una justicia mayor para todos.

Por Mario Vega

No pasa una semana sin tener noticias de algún caso de corrupción. Ese ha sido el ruido de fondo que ha permanecido constante durante años. La corrupción afecta a los más vulnerables, socava las estructuras legales, destruye la democracia y afecta las relaciones sociales. La idea de que el soborno puede comprar voluntades se encuentra muy arraigada en la mentalidad colectiva. Permea las relaciones e incluso intenta inmiscuirse en el comportamiento con Dios. Pocas cosas pueden forjar valores, ideas y conductas de manera tan definitiva como lo hace la religión. Mucho de lo que somos y hacemos es el resultado de las concepciones que poseamos sobre Dios y el cristianismo.

Para muchas personas la idea de Dios es puramente utilitaria, se reduce a un «te doy para que me des». Los intentos para inducir a Dios a que otorgue protección y ayuda mediante ofrendas, oraciones, rituales y promesas están muy extendidos entre los creyentes. Con frecuencia se escucha decir cosas como: «si me ayudas, ofrendaré cinco dólares», «si paso la frontera, iré a la iglesia», «si me curas, contaré lo que hiciste». Esta manera de relacionarse con la divinidad puede caracterizarse como un intento de soborno, es decir, de corrupción. Arraiga en las personas la idea de que, al igual que con Dios, se pueden acercar a un funcionario público para intentar inducirlo con dinero o regalos a que intervenga según sus propios intereses. Quien solicita se comporta como súbdito, los que dan actúan como soberanos, y la transacción realizada los coloca en una relación de supremacía y subordinación, de poder y sometimiento. En consecuencia, los funcionarios dejan de cumplir con sus responsabilidades legales para esperar como soberanos el siguiente soborno.

Así las cosas, el tipo de religiosidad que se cree y practica puede hacer de los creyentes personas más o menos predispuestas a normalizar la corrupción y a tolerarla como mecanismo natural para alcanzar diversos propósitos. El fin justifica los medios. Pero ¿Dios es sobornable? ¿Se pueden comprar sus bendiciones con ofrendas y sacrificios? El Dios de la Biblia rechaza la idea de ofrecerle ganado, pan y frutos para alimentarlo y asegurar su benevolencia. Dios puede abastecerse a sí mismo, en el caso de que tuviera necesidad. En el Salmo 50 lo dice así: «No necesito becerros de tu establo ni machos cabríos de tus apriscos, pues míos son los animales del bosque y mío también el ganado de los cerros. Conozco a las aves de las alturas; todas las bestias del campo son mías. Si yo tuviera hambre, no te lo diría, pues mío es el mundo, y todo lo que contiene. ¿Acaso me alimento con carne de toros, o con sangre de machos cabríos?».

Ninguna ofrenda o piedad impresionante obligan a intervenir a Dios. Por el contrario, en lugar de esperar recibir se enfoca en dar. Siente empatía por cada golpe, por cada tormento y por cada amargura que padece el ser humano. Dios se decide a actuar porque las personas tienen derechos, les corresponde una vida en libertad y no tienen necesidad de mendigar. Dios ve la necesidad de su pueblo y actúa por gracia a su favor porque así es su naturaleza y así es el orden universal. Dios no se deja corromper. En lugar de esperar dones o sacrificios, entrega el don y sacrificio de su Hijo. La virtud se encuentra no en recibir sino en el dar, no en servirse sino en servir. «Vayan y aprendan qué significa esto: “Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios”» (Mateo 9:13). Los funcionarios públicos tampoco deben esperar sacrificios ni dones, su vocación debe ser la de servir con misericordia.

La manera en que se enseña y practica el cristianismo puede ser el catalizador de una nueva manera de entender las relaciones entre el poder y la ciudadanía. Cada vez que un cristiano se entere de un caso de corrupción su fe debería recordarle que Dios desea otras relaciones, y lo fortalecería para no conformarse con esa situación. La fe es empeñarse en una justicia mayor para todos. Es una responsabilidad de los ministros de culto el hablar sobre el tema para ayudar a los cristianos a tener un mejor discernimiento.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Lucha Contra La Corrupción Opinión

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