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Las iglesias y la maña política

En la medida que continúa la campaña política vemos, al igual que en procesos electorales anteriores, a algunos pastores y gremios de pastores comprometiéndose en matrimonio con partidos políticos. En muchos casos, los desposorios responden solamente a los intereses de dichos pastores y asociaciones y nada tienen que ver con los auténticos intereses de la Iglesia como agente del reino de Dios en la tierra.

Por Mario Vega

El ambiente para las elecciones presidenciales de 2009 era intenso. Como había ocurrido en elecciones anteriores, las iglesias evangélicas eran vistas como posibles instrumentos de captación de votos. Eso suponía un peligro para las mismas iglesias y para la misión cristiana. En ese contexto publiqué, en diciembre de 2008, el artículo de opinión que a continuación reproduzco. La razón de reeditarlo es con miras al próximo inicio formal de la campaña electoral para las elecciones del próximo año en las que, como es de suponer, las puertas de las iglesias serán tocadas de nuevo en busca de apoyo partidario.

En la medida que continúa la campaña política vemos, al igual que en procesos electorales anteriores, a algunos pastores y gremios de pastores comprometiéndose en matrimonio con partidos políticos. En muchos casos, los desposorios responden solamente a los intereses de dichos pastores y asociaciones y nada tienen que ver con los auténticos intereses de la Iglesia como agente del reino de Dios en la tierra.

La Iglesia, como tal, no puede ni debe sujetarse a ningún proyecto político humano. Su vocación es mucho más alta y trasciende el tiempo y el espacio. Hasta que llegue la hora veinticinco existirá siempre una prevalencia constante de la esperanza sobre la historia. El Nuevo Testamento lleva muy lejos la esperanza al expresar que el fin último de la historia es el de «reunir todas las cosas en Cristo» (Efesios 1:10).

La reconciliación universal se convierte en la razón del ser y del quehacer de la Iglesia. Esa esperanza trasciende las posibilidades humanas y aunque puede tener más o menos elementos en común con algunos ideales humanos nunca es equivalente a ellos. La reserva escatológica impide endiosar una opción política, porque guarda solo para el reino de Dios la fidelidad absoluta. Justino expresó no considerarse platónico «no porque las doctrinas de Platón sean ajenas a Cristo, sino porque no son del todo semejantes». Desde esa perspectiva, cualquier alianza que la iglesia haga con una propuesta partidaria, endosándola y santificándola, le significará una enorme pérdida y un extravío del camino.

La Iglesia, como Cuerpo de Cristo, se renueva como organismo viviente en cada paso de la vida. Por ello, la iglesia es siempre actual. Pero cuando la iglesia contrae nupcias con una expresión partidaria que está destinada, como todo lo humano, a envejecer y desaparecer su carácter vital y transformador comienza a marchitarse. Cuando los cristianos, que deberían ser siempre innovadores, no son capaces de ver su propuesta a la luz de la esperanza escatológica, se convierten inmediatamente en conservadores. Entonces, en lugar de ser fermento se vuelven preservantes  de aquello que debe pasar.

La espera de la hora veinticinco no significa en ninguna manera la indiferencia o la inactividad de la iglesia frente a los grandes desafíos y problemas actuales. Por el contrario, el mandato del amor obliga a los cristianos a comprometerse profundamente con las causas justas y con la promoción de la reconciliación en un mundo dividido y enfrentado. Todos aquellos esfuerzos que se alinean con la gran esperanza cristiana serán recibidos y apoyados por los cristianos. No por lo que aquellos son en sí mismos sino por lo que de la esperanza recogen.

Los cristianos acogen cuanto de bueno tiene cualquier esperanza intramundana, pero sin doblar la rodilla ante ella, porque tienen promesas mejores; porque deben distinguir entre «las pequeñas esperanzas» y la «gran esperanza», como decía Barth; o entre «lo penúltimo» y «lo último», como decía Bonhoeffer.

La esperanza escatológica impide poner a la Iglesia al servicio de «un»proyecto político concreto. Bajo ningún sentido es aceptable tal transigencia. Menos cuando se la hace por obtener pequeñas ventajas que favorecerán a una iglesia local o, peor, a un dirigente religioso. Todavía existen quienes transan su primogenitura por un plato de lentejas.

La reserva escatológica impide absolutizar no sólo la política, sino cualesquiera otros éxitos humanos. El llamado y la vocación de la Iglesia son mucho más altos. Su misión es iluminar el camino anunciando la verdad, promoviendo la justicia e ilustrando el amor. Pero tal llamado queda invalidado cuando se desposa con la maña política, antítesis de su vocación.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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