A los de primera línea

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Funerarios esperan el momento para salir hacia cementerio. Foto EDH/ Jonatan Funes

Por José Sifontes

2021-09-17 5:15:43

Ha pasado tanto tiempo desde que comenzó la pandemia de COVID-19 que en la población general se ha producido una forma de adaptación psicológica. Pasó ya el tiempo de ese temor cotidiano, de esa sensación de desesperanza y de miedo a lo desconocido.

Ahora la mayoría se ha adaptado a esta forma de vida tan singular y pasa sus días en una especie de tranquilidad vigilante. Esto es en general bueno, indica que los mecanismos de defensa mental están funcionando. Lo contrario sería muy dañino, tanto para la salud mental como para la salud física. Pero la pandemia continúa, sigue causando innumerables víctimas, y en lugar de debilitarse pareciera que se ensaña más en contra de la Humanidad.

La adaptación observada también tiene sus puntos negativos. En primer lugar, puede producir una falsa sensación de seguridad, induciendo a que las personas descuiden las medidas de bioseguridad y tienda a involucrarse en actividades de riesgo.
Por otro lado, y esto es muy importante, hace que la población olvide que hay personas que diariamente arriesgan sus vidas para cuidar a los enfermos.

Los médicos de primera línea y el personal paramédico que colabora con ellos ya dejaron de escuchar las frases de agradecimiento, ya no ven la actitud empática de los demás y ya no perciben el reconocimiento que merecen por su trabajo y sacrificio.

La población general y las autoridades se han vuelto indiferentes, y estas personas que una vez fueron reconocidos como héroes han perdido el estatus social que una vez se les otorgó y se han vuelto invisibles.

Pruebas de esto son el testimonio de uno de los trabajadores de primera línea, y de algunas de las reacciones que provocó. El trabajador, que en la nota periodística no se identifica específicamente como médico o enfermero, dice: “Ya estamos fatigados, cansados, y nadie es empático”.

Son dos cosas las que lleva este mensaje, la del estado físico y mental del personal que se enfrenta diariamente con los enfermos graves y con el virus, y lo que perciben de la actitud de los demás hacia ellos, muy posiblemente la sociedad en general y sus superiores en la cadena de autoridad.

Empatía, en términos sencillos, significa ponerse en el lugar de otro, comprender por lo que está pasando y cómo se siente.

Uno de los comentarios a este mensaje, que se publicó en las redes sociales, y que escribió un tal Manrique dice: “Que busquen otro trabajo. Para esa profesión hay que tener vocación”.

Realmente uno no sabe qué pensar de una opinión así, ¿será falta de conocimiento, cinismo o una absoluta falta de cerebro? Es bien fácil juzgar a otros desde un sofá cómodo, después de haber dormido ocho horas, y después de haber comido suficiente.

Quisiera ver a Manrique con el traje de protección completo, no seis o más horas seguidas sino una sola, con el aislamiento sensorial que produce, con el calor agobiante, con mascarillas tan ajustadas que dejan marcada la cara, conteniendo los deseos de orinar, de beber agua y de respirar libremente. Aparte el riesgo elevado de contaminación, con millones de partículas virales en el aire, expulsadas con cada respiración del paciente.

Definitivamente Manrique no entiende nada, y lastimosamente muchos otros tampoco. Los que trabajamos en hospitales y vemos pacientes cara a cara diariamente sí valoramos y comprendemos a los colegas de primera línea. Para nosotros son héroes, iguales a los héroes de guerra.

Psiquiatra