Permanentemente excitados

Quien tiene la sartén por el mango no sólo dispone sin limitaciones de los espacios desde los que suelta veneno, siembra odio y crea excitación, sino que también tiene la prerrogativa de escoger las campañas en las que quiere “combatir”, seleccionar los enemigos que recibirán sus puyas, crear peligros reales o imaginarios (desde tsunamis hasta plagas egipcias) e ignorar los temas en que sabe que podría salir mal parado.

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Foto Unsplash.

Por Carlos Mayora Re

2020-08-14 8:50:10

En un mundo plagado de relaciones mediadas por la tecnología, en el que la realidad compite cada vez más en la conciencia de la gente con lo virtual, se está volviendo habitual que aquellos cuyo éxito depende de la percepción popular no puedan resistir la tentación de vender su alma al show, a las apariencias.
Esto es especialmente importante para los políticos; y por eso vemos que cada vez más orientan sus actuaciones para captar la atención del público y escenificar que él es más listo, creíble, “cool”, honesto… que sus rivales. Atrás quedaron los tiempos de presentación de planes de gobierno, propuesta de soluciones para los problemas, o exposición de principios… Ahora todo es efímero, pasajero, y por lo mismo la oferta política necesita ser excitante, original, única… y estarse renovando continuamente.
El éxito en política ha dejado de consistir en resolver los problemas satisfactoriamente; y poco a poco ha pasado a asentarse en saber mantener a la audiencia permanentemente excitada, en vilo, atenta a cualquier ocurrencia o novedad. Una situación que antes se llamaba sensacionalismo, amarillismo, pero que ahora es el pan de cada día en la agenda de algunos políticos.
La contienda por ganar votos cada vez se parece menos al debate de ideas, y se acerca más a tratar por todos los medios de arruinar la imagen del contrario, pues no hay nada –desde que los romanos se inventaron del circo- más atrayente para el populacho que el olor a sangre.
Quien monopolice los espacios comunicativos lleva ventaja. No en balde Hugo Chávez, maestro en el manejo de la propia imagen y la denigración burlona del contrario, se dirigía periódicamente en largos monólogos a los venezolanos. Espacios en los que injuriaba, acusaba, desmentía, ridiculizaba, sin dar oportunidad de respuesta ni espacios para contrargumentos razonables a sus acusaciones.
Quien tiene la sartén por el mango no sólo dispone sin limitaciones de los espacios desde los que suelta veneno, siembra odio y crea excitación, sino que también tiene la prerrogativa de escoger las campañas en las que quiere “combatir”, seleccionar los enemigos que recibirán sus puyas, crear peligros reales o imaginarios (desde tsunamis hasta plagas egipcias) e ignorar los temas en que sabe que podría salir mal parado.
La libertad de prensa le estorba, y por eso ataca con ironías y burlas lo que no puede combatir con argumentos. La realidad le estorba, y cuando los hechos le contradicen abiertamente, no tiene ningún reparo en cambiar de discurso, apropiarse de argumentos ajenos, ridiculizarse a sí mismo, mentir, o echar mano de cualquier estrategia que le aumente el rating y lo visibilice con el gran público.
Nada lo hace más feliz que contemplar un resbalón mediático de algún rival político. Con la excepción, claro, de que él haya provocado el tropezón. Y si no encuentra modo de hacerle caer en “desgracia mediática” por sus ideas, comportamientos o hechos actuales, no pasa nada: se escarba en el pasado del rival político, y se mira con ojos de hoy lo que sucedió hace cinco, diez o veinte años; se crea una etiqueta odiosa, se le pega en la frente y se le deja hablar en los medios para que él solo “confirme” las suposiciones –verdaderas o falsas- que el político le ha endilgado arteramente, e implantado en la capacidad de juzgar de la gente.
La necesidad de mantener al público perennemente excitado nos explica, por una parte, que cuando más fuerte es la carencia de argumentos o de estrategias para el desarrollo de un plan político nace el show, lo polémico o lo viral. Mientras, por otra, nos hace pensar que -menos mal- mientras los shows lo único que necesitan son un protagonista y espectadores acríticos, dispuestos a ser entretenidos; la República se hace con ciudadanos, conscientes de su papel en la tutela de las libertades.

Ingeniero/ @carlosmayorare