Un viaje a través del tiempo

El uso del reloj biológico apunta que el ancestro común de la actual cepa apareció a finales de noviembre o inicios de diciembre de 2019, lo cual coincide con los reportes de los primeros casos confirmados en China.

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Control vehicular en medio de cuarentena domiciliar. Foto EDH / David Martínez

Por Miguel Morales

2020-05-12 10:39:03

Subámonos a una máquina del tiempo y seleccionemos viajar al pasado. ¿Qué tanto? 320 millones de años. Luego de unas sacudidas por el turbulento trayecto, salimos de la -máquina y lo primero que notamos es la densa jungla que se extiende por todos lados. Si pudiéramos ver la Tierra desde el espacio observáramos un solo continente: Pangea, cubierta por completo de vegetación.
Bienvenidos al periodo del Carbonífero. Las plantas y árboles reinan en una tierra que aún no ha visto la presencia de bacterias degradantes de madera y productos orgánicos. Al no haber putrefacción no se libera dióxido de carbono, por lo que el aire contiene 35% de oxígeno (en nuestro tiempo es 21%). Tanto oxígeno permite la presencia de insectos gigantes. Libélulas con alas que abarcan casi un metro, cien pies que miden 2 metros de largo y medio metro de ancho (para los curiosos, se llaman arthropleura).
En medio del denso follaje unas lagartijas se escabullen. Son unos vertebrados que forman parte del grupo llamado amniotas, y son el último ancestro en común entre murciélagos, pájaros… y seres humanos. Una de esas lagartijas insignificantes se enfermó en algún momento por un virus nuevo. Un virus ARN que al ser visto con microscopio de electrones parece tener una corona. El primer coronavirus. A medida transcurren los siglos, los amniotas empiezan a mutar y divergir entre ellos. Un grupo grande dará lugar a los mamíferos. Otro a los reptiles y pájaros. Y los coronavirus que los infectaban se dividirán al igual.
Regresemos al presente. Los principales reservorios de coronavirus actualmente son pájaros y murciélagos. Hay 4 especies de coronavirus que infectan a humanos (y que causan del 10 al 30% de nuestros catarros comunes). Tienen nombres tan poco imaginativos como “HCoV-NL63”, y fueron transmitidos de los murciélagos (por zoonosis) en algún momento de la historia reciente. De hecho el NL63 fue el primero en saltar a humanos, específicamente, durante la Edad Media. Desde entonces ha habido saltos, algunos exitosos (baja mortalidad, alta capacidad de contagio) que llevan a la persistencia del virus entre humanos, y otros no exitosos (alta mortalidad y/o baja capacidad de contagio) que causan epidemias y desaparecen.
¿Cómo sabemos los tiempos aproximados de estos sucesos? Con el “reloj molecular”. Este concepto se basa en la velocidad de mutación del ADN, ARN o proteínas. Si, por ejemplo, sabemos que en promedio el ADN de la bacteria XYZ muta en un punto cada 100 años, y analizamos dos especies cuyas diferencias son 3 mutaciones puntuales, calcularemos que hace 300 años se dio el “último ancestro en común” (en realidad, el proceso es muchísimo más complejo y requiere calibraciones constantes con fósiles y uso de estadística bayesiana).
¿Qué más nos puede decir el código genético del virus causante del COVID-19? Pues nos puede responder una de las principales teorías de conspiración actuales. ¿Es el SARS-CoV-2 un virus creado en laboratorio, o fugado accidentalmente de uno?
El doctor Kristian Andersen en marzo de este año publicó un serio análisis genético del nuevo coronavirus. En él se descubrieron varios puntos importantes.
• La proteína espiga (spike) del SARS-CoV-2 ha mostrado una mutación que le permite aferrarse con mayor afinidad a los receptores humanos que la del SARS. Esta proteína es como la llave que abre la puerta de la célula y permite su infección. Lo curioso es que los modelos computacionales que analizan interacciones moleculares predicen que esta unión no debería ser buena. La realidad contradice a nuestras máquinas. En otras palabras, un laboratorio que creara virus se dejaría guiar por las interacciones que dicta la inteligencia artificial. Si SARS-CoV-2 fuera artificial, la unión fuera demasiado “perfecta” y no es el caso.
• Se encontró en la misma proteína espiga un sitio de corte de una proteína “tijera” llamada furina. ¿Qué lo hace especial? Ningún coronavirus del género beta (al cual pertenece el SARS-CoV-2) tiene ese sitio. ¿Fue puesto a propósito? Resulta que los coronavirus que infectan al pangolín, un mamífero asiático, también tienen ese sitio particular. ¿Pudieron haberlo copiado los malignos investigadores chinos? Parece poco probable, porque esa secuencia de los pangolines se descubrió hasta que se empezaron a buscar los potenciales orígenes del SARS-CoV-2. No puedes usar aquello que aún no conoces.
• El “tijerazo” hecho por la furina permite que se peguen azúcares alrededor de la proteína espiga. Estos parecen funcionar como un escudo alrededor de la llave maestra del virus que lo protege del sistema inmune. Las células de laboratorio no tienen un sistema inmune, las de animales y humanos vivos, sí. Las defensas apuntan a una evolución en un entorno natural hostil, no artificial.
La hipótesis actual dicta que parte del código genético del nuevo coronavirus provino de algún murciélago (96% de similitud), que por cuestiones del azar pudo infectar un animal como el pangolín, donde por pura presión evolutiva tuvo que mutar su proteína espiga, con la mala suerte para nosotros que dicha proteína mutada le dio la capacidad de infectar también a seres humanos.
El uso del reloj biológico apunta que el ancestro común de la actual cepa apareció a finales de noviembre o inicios de diciembre de 2019, lo cual coincide con los reportes de los primeros casos confirmados en China.
Pero… ¿no existe una posibilidad que sea algo artificial? La ciencia rara vez es tajante, pero la verdad muchas veces se encuentra en la explicación más simple. ¿Qué es más probable, que haya sucedido un evento que ha pasado infinidad de veces de forma espontánea y natural (mutación y zoonosis), o un evento manipulado de una manera tan maestral que es capaz de simular la caótica e impredecible evolución viral, sin dejar un solo rastro de ello?
Quienes siguen las teorías de conspiración les gusta creer en un mundo oscuro, lleno de fuerzas invisibles a la persona común, que conducen el destino de la humanidad. Yo prefiero dejarme encandilar por la luz que ofrece la ciencia de lo conocido. Es una luz que da claridad, orden y vuelve pronosticable los fenómenos naturales. A través de ella puedo ver los hilos que conectan un virus que apareció hace 320 millones de años, cuya descendencia infectó todos los ancestros del murciélago hasta llegar a un fatídico día de invierno, en un mercado de animales exóticos donde dio los siguientes saltos evolutivos.
Vaya máquina del tiempo.

* Médico