Covid 19: ¿Miedo real o exageración?

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Foto de referencia / Archivo / AFP.

Por Cristina López 

2020-03-11 7:23:10

Aquello que a finales de 2019 parecía el principio de un drama ficticio, la epidemia descontrolada de un virus extraño y con transmisión inicialmente imperceptible y asintomática en tierras lejanas de Asia, se siente ahora mucho más amenazante y real ahora que el coronavirus (o COVID19) se ha vuelto global y se encuentra ya presente en varios continentes.

En Estados Unidos, las reacciones ante la amenaza del virus han sido, cuanto menos, contradictorias. Por un lado, las autoridades médicas y técnicas recomiendan precauciones que incluyen auto-cuarentenas si hay sospechas de contacto, una abundancia de cuidado en la higiene personal, evitar aglomeraciones masivas y proteger a las poblaciones más vulnerables (el coronavirus ha mostrado ser fatal para personas en edades avanzadas o con problemas respiratorios).

Por el otro lado, políticos aterrados de que la epidemia y el miedo que trae consigo traigan como consecuencia golpes económicos que puedan afectarles electoralmente, pintan la preocupación ante el virus como exagerada y desproporcionada. El presidente Trump en varias ocasiones ha minimizado el impacto del virus, intentando llamar a la calma a quienes dejándose llevar por el pánico han arrasado con los inventarios existentes de comidas enlatadas, agua, papel higiénico, jabones anti-bacteriales y mascarillas; y pintar a la prensa como su enemigo político por enfocarse en reportar sobre el virus.

Y la verdad de las cosas es que, en números, el virus como tal aún sigue siendo menos fatal que la influenza común en Estados Unidos. Un argumento parecido (¡y necesario!) hacía este periódico en un reportaje esta semana, recordándole a la población salvadoreña de que, para nosotros, el dengue y la influenza común aún son amenazas más grandes para nuestra salud que el coronavirus. Sin embargo, lo anterior no significa que el coronavirus sea algo que debamos ignorar.

Es que la verdadera prueba que está enviando el coronavirus no es sólo a nuestros sistemas inmunológicos. Es a nuestros sistemas de salud también: en un país donde de por sí los hospitales se encuentran sub-equipados y donde los recursos ya están estirados más allá de su capacidad, un virus que requiere un examen específico (y caro) indica que quienes menos ventajas económicas tienen, tendrán menos capacidad para ser diagnosticados de manera oportuna.

La epidemia es también una prueba a nuestros sistemas laborales. Sabemos que existen empleadores cuya cultura organizacional no incluye la flexibilidad de permitir a sus empleados trabajar desde la casa, por lo que perpetúan las posibilidades de contagio. Otros empleadores no brindan más que las prestaciones de salud que la ley obliga.

En muchos casos, habrá empleados que no podrán permitirse el lujo de reducir su salario para tomarse los días necesarios de incapacidad para recuperarse del virus y superar la etapa de transmisión. En ese sentido, nuevamente la inseguridad económica se vuelve un factor importantísimo que termina aumentando las posibilidades de contagio: si tomarse los días recomendados de incapacidad para prevenir la transmisión implican una pérdida económica, aquellos que no pueden darse el lujo de incurrir en pérdidas aumentan el riesgo de transmitir la enfermedad.

Este tipo de retos no son únicos o particulares a este virus solamente: existen siempre. Vale la pena considerar cómo podemos reinventar nuestros sistemas (de salud, laborales, económicos) de manera que resulten resilientes. Para el coronavirus, u otras amenazas por venir.