Condiciones para un monopolio

Los partidos tradicionales continúan inertes, al igual que importantes actores de la sociedad, facilitando que la vocería de la ciudadanía sea monopolizada por un solo protagonista

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Por Carlos Ponce

2019-10-10 6:31:09

La aplastante popularidad de Nayib Bukele es innegable. Las encuestas de opinión consistentemente indican que la abrumadora mayoría de los salvadoreños tiene una percepción favorable del mandatario. Algunas publicaciones en el extranjero matizan este nivel de aceptación etiquetando a Bukele como un populista. Charles Call, en un artículo publicado por el Brookings Institute, por ejemplo, argumentó que la victoria del actual presidente forma parte de un patrón en la política latinoamericana, caracterizado por figuras populistas que desplazan a los partidos políticos tradicionales. Jude Webber, en una columna publicada por Financial Times, atribuyó el gane de Bukele a un discurso populista anticorrupción. Melissa Vida, en un artículo publicado por la revista Foreign Policy, incluso llegó al extremo de llamar a Bukele el Trump Salvadoreño.

Los seguidores del presidente rebaten esta etiqueta. Argumentan que, a diferencia de los políticos tradicionales, Bukele ha logrado identificar los problemas que más afectan a los salvadoreños. Además, señalan que él y su gabinete realmente están trabajando para el beneficio de la ciudadanía. Utilizan la significativa disminución en las estadísticas de homicidio para ilustrar su postura. El discurso del mandatario es percibido como una muestra de que entiende el sentir de la ciudadanía y de su intención por resolver los problemas del país.

Es necesario reconocer que en círculos académicos aún persiste un debate sobre qué constituye populismo o a quién se puede clasificar como populista. Incluso hay quienes argumentan que es necesario no solamente refinar las conceptualizaciones, sino que redefinirlas a la luz de los tiempos modernos.

Recuerdo haber leído, hace ya algunos años, un artículo de opinión escrito por un académico italiano, cuyos planteamientos resultan interesantes para darle lectura a la popularidad del presidente. La columna sugería una forma diferente de interpretar cualquier fenómeno que remotamente se asemejara a las conceptualizaciones modernas de populismo. No recuerdo el nombre del autor, así que me disculpo por no incluir su nombre en este escrito.

Según su postura, debemos concentrarnos en el contexto que permite a estas personas ganarse el apoyo ciudadano creando la idea de que no hay nadie más que abogue en su nombre. Utilizando esta premisa, argumentó que el surgimiento de este tipo de actores no es del todo malo, ya que constituye una señal de alerta a la que debemos de prestar atención.

El académico explicó que la aceptación ciudadana de estas figuras indica que el sistema democrático está en peligro, debido a que los partidos políticos tradicionales han dejado de responder a las necesidades de la gente. Esto, señaló, es precisamente lo que alimenta el crecimiento de la idea de que alguien más tiene que abogar por “el pueblo”.

Recuerdo que el artículo finalizaba con una importante aclaración. El autor explicó al final que, a pesar de esta bondad del surgimiento de estos actores (la de ser un indicador al que debemos de prestar atención), sus consecuencias son nefastas. Individualizó una en particular, relacionada a cómo se generan condiciones que permiten ubicar con extrema facilidad a cualquier grupo o persona, incluso a las más vulnerables, fuera del exclusivo colectivo definido como “el pueblo”. Esto, aseguró, abre la puerta para abusos desenfrenados y desastrosos.

Basándose en los argumentos del académico italiano, la abrumadora aceptación de Nayib Bukele es una señal clara y contundente de que los partidos tradicionales se han desconectado de la ciudadanía. Esto no es un secreto. El mismo presidente, sus funcionarios y seguidores lo dicen con claridad una y otra vez. Sin embargo, parece que son los únicos que han realizado esto. Los partidos tradicionales continúan inertes, al igual que importantes actores de la sociedad, facilitando que la vocería de la ciudadanía sea monopolizada por un solo protagonista. Estas no son las condiciones ideales para un Estado de Derecho.

Criminólogo.