Y así nos volveremos a encontrar en las notas de Do Mayor y Re, que las manos aprendieron a sacar del cordaje de cobre en la guitarra. Y pasarán veinte abriles en la dorada voz del viento y de la cítara y otra vez el navío “Deseo” se irá desde la Polinesia a buscar la aurora astral de los planetas. Y en la solfa dorada e infinita del aire quedaremos viviendo en nuestro abrazo fugaz eterna novia amada, celeste y sideral. Y seremos dos rocas en la cima del monte, mirando hacia la tarde por donde muere el sol. Allá donde el recuerdo se nos va sin sentir, como transcurre todo sobre la faz del mundo. Al igual que las olas, la nube y el deseo. Ni la aurora sabrá de nuestro azul regreso, distante amiga mía. Apenas la tormenta, la flor y la espesura. Acaso los cometas y los guardabarrancos. Y quedaremos allá, tomados de la mano. Cantando en los dulces acordes de Do y La Mayor para que duerma un sueño la lira de tu voz. Y así se olvidarán los veinte años del tango, del vals y del bolero. Como dijera un día aquel viejo trovador. Que enseñara en la lira de cedro y de metales a encontrar en la escala musical su tonada. Dirán que todo pasa. Que ya no queda nada. Pero en las noches claras y quietas del recuerdo vuelve a sonar de lejos la voz de la nostalgia. Dirán que es sólo eco que vuelve en la memoria. Pero yo sé que es cierto aquel cantar de olvidos. De algún tiempo vivido que borraran los años. Y el tiempo trovador pasará en los relojes, en las torres altivas del mundo y de la vida. Del breve instante eterno del amor y la gloria que rasgaran las manos del destino en el arpa. (y II)
El breve eterno instante del amor y la gloria (II)
