Batallas de tinta

Como las etiquetas no sirven para argumentar, y su utilidad es principalmente callar al que disiente, los dictadores han sido, por ello, prolíficos etiquetadores, pues etiquetar refuerza las promesas demagógicas produce amenazas veladas, endurece el sentimiento de superioridad del totalitario, marca la cancha y enfervorece a sus partidarios.

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Foto/AFP

Por Carlos Mayora Re

2019-07-05 6:29:53

Con la posibilidad que las redes sociales han abierto, para que todo el mundo pueda verter su opinión en cualquier momento y sobre cualquier tópico, estamos asistiendo a un nuevo modo de comunicación que se podría llamar masivo, en el sentido de que lo que antes se comentaba en las mecedoras, mientras se tomaba el fresco de la tarde en el corredor de la casa, ahora se publica a los cuatro vientos, prácticamente sin límite conocido.

Esta gran facilidad de comunicación es el caldo de cultivo de lo que se ha llamado “fake news” o verdades para distintas sensibilidades, que no son más que un procedimiento políticamente correcto destinado a no llamar directamente mentiras a las noticias falsas que se difunden rápidamente. “Noticias” que en castellano tienen un término propio: bulos, palabra que se define como falsedad deliberadamente articulada, para ser percibidas como verdad por quienes no tienen posibilidad de comprobar su impostura.

Sin embargo, una vez instalados en el reino de las “fake news”, todavía es posible dar un paso más en la simplificación del pensamiento, y entrar en el campo de las “etiquetas”: cortas frases con las que nos referimos a personas o colectivos concretos, y que más que un modo de mostrar la realidad de las personas, las cosas, o las situaciones, es una manera de ocultarlas, pues una etiqueta funciona mejor cuanto más eficazmente desestimule el pensamiento y apele a las emociones.

Así, por ejemplo, se ha logrado que la derecha política “desaparezca” del discurso público, pues ahora cualquiera que piense de ese modo es etiquetado inexorablemente de “extrema derecha”, como también quien se aventura a promover la familia de padre y madre, recibe gratuitamente el calificativo de homófobo, del mismo modo que los de pensamiento de izquierda son ahora progres; los fans del presidente son “menos pensantes”; cualquier político que milite en un partido de más de cinco años de antigüedad es un “dinosaurio”… etc.

Entonces, lo que debería ser un campo fértil para el intercambio de puntos de vista, argumentos, posiciones, propuestas, etc., es decir, los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales, se están convirtiendo en meros escaparates de las modernas guerras de etiquetas.

Además, es importante notar que las etiquetas les han gustado siempre a los que pretenden manipular el pensamiento ajeno, desde políticos hasta publicistas, pasando por líderes religiosos y gente cool (quienes, por supuesto, se colocan a sí mismos su propia etiqueta): son una forma de mercadeo sintético, efectivo, impactante y barato.

Como las etiquetas no sirven para argumentar, y su utilidad es principalmente callar al que disiente, los dictadores han sido, por ello, prolíficos etiquetadores, pues etiquetar refuerza las promesas demagógicas produce amenazas veladas, endurece el sentimiento de superioridad del totalitario, marca la cancha y enfervorece a sus partidarios.

Tienen, además, la gran ventaja de meter en un mismo saco personas e instituciones muy diversas entre sí, pero que tienen en común el ser contrarias al líder o demagogo de turno. Ejemplo de lo anterior es el exitoso “devuelvan lo robado”… estribillo muy triunfante en las elecciones recién pasadas, que equiparó eficazmente políticos de toda gama ideológica, de todo tiempo y de toda calidad personal, al mismo tiempo que reforzó la percepción de probidad de quien lo esgrimía.

La etiqueta como venda que impide pensar está en su apogeo, debido a que vivimos en un mundo que desanima el pensamiento y promueve el sentimiento: ansias, miedos, rabia, alivio, euforia, esperanza… Sensaciones personales que, gracias a Internet se pueden monitorear y utilizar como medio para lograr consensos, movilizar masas y conseguir votos.

Y así, el gran mérito de algunos políticos ha dejado de ser lograr parecer lo que no son… y —gracias a su habilidad etiquetadora— conseguir que muchos terminen valorándolos por lo que hacen parecer a sus contrarios, más que por sus méritos propios.

Ingeniero.

@carlosmayorare