“Aterrizaje en la Luna”

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Foto de referencia/ EDH / Archivo.

Por Cristina López

2019-07-22 6:44:52

De toda la colección de comics de Tintín –el intrépido periodista belga que se dedicaba más a las aventuras que al periodismo — mis favoritas eran los dos volúmenes de la aventura espacial: “Objetivo: La Luna” era la primera, seguida de “Aterrizaje en la Luna”.

En la historia, Tintín, su perro Milú y su banda dispareja de amigos, son la primera tripulación humana en llegar a la Luna y volver a la Tierra perfectamente a salvo, a bordo de un cohete con propulsión atómica desarrollado por un científico brillante. Fuera de los elementos cómicos e implausibles, en general la idea de “alunizar” y volver a la Tierra, además de la descripción realista de la Luna como una roca orbitando alrededor de la Tierra sin criaturas alienígenas, fue bastante apegada a la idea general de una misión lunar realista.

Pero la fecha de publicación fue 1953, casi dos décadas antes de que la humanidad lograra la hazaña con el Apolo 11. Y sin embargo, para que al astronauta Neil Armstrong diera su primer paso en la superficie polvosa de la Luna que constituyó un salto para la humanidad, hacía falta que lo soñáramos e imagináramos primero.

La semana pasada se cumplieron 50 años de que, incentivados por la carrera espacial contra la Unión Soviética, Estados Unidos lograra de manera exitosa poner humanos en la Luna y volver a salvo con la undécima misión de Apolos.

La celebración en la capital estadounidense incluyó un homenaje al lanzamiento del cohete Saturno V que con tecnología de proyección puso el cohete en el obelisco del Monumento a Washington y con el reloj gigante de cuenta regresiva hicieron para un público masivo, entre el que se encontraban personas que vivieron el lanzamiento real transmitido en vivo y niños que lo veían por primera vez, una recreación del emocionante despegue. Y aún a sabiendas de que veíamos una fantasía hecha de pixeles y grabaciones de audio conservadas desde hace 50 años, la imagen no dejaba de erizar la piel al poner en perspectiva este logro de la humanidad, lo que costó, y de lo que somos capaces.

Pero el valor de la hazaña se resume en que resultó una valiosa confirmación de que la habilidad de soñar sumada al trabajo bien hecho reafirma el potencial humano y expande sus límites. Lo mismo que las catedrales del Medioevo, que continúan en pie y siguen despertando admiración, la misión lunar solo fue un éxito porque la ejecución de cada paso se realizó con precisión, ilusión y esfuerzo. Un excelente recordatorio de que el trabajo bien hecho de cada tarea por irrelevante que parezca al momento tiene potencial de trascendencia. Y agregar esta visión de trascendencia a nuestras labores ordinarias por pequeñas que parezcan es lo que en agregado termina avanzando a civilizaciones enteras hacia el progreso.

Celebrar el Apolo 11 es celebrar la ejecución bien hecha del trabajo ordinario en todas sus escalas. Implica recordar que para llevar a una sociedad al desarrollo, una misión de proporciones tan titánicas como poner seres humanos en la Luna, hace falta que primero podamos imaginarlo y que fomentemos en los individuos (ya sean ilustradores de comics, maestros de escuela o futuros astronautas) la capacidad de soñar y crear. Y que segundo, estemos dispuestos a perseguir la meta del trabajo bien hecho como fin en sí mismo, pensando en el potencial de trascendencia de las labores pequeñas y ordinarias. Solo si empujamos todos a una, con la satisfacción y garantía de que podemos confiar en que cada quien haga bien su parte, es que podremos alzar las catedrales del futuro, levantar la vista al firmamento, ver los astros y decir: “Podemos llegar ahí”.

Lic. en Derecho de ESEN, con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University.@crislopezg