América Latina y su síndrome de Michael Jordan

Quieren que alguien invente un método para lograr un milagro económico que nos haga crecer a las mismas tasas que China, Japón, Alemania, Corea, Singapur y Hong Kong, sin tener que hacer nada de lo que hicieron estos países: invertir mucho en su gente para que pudieran producir más

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Marcela Zamora, Ima Guirola, Rubén Zamora y David Morales durante el conversatorio sobre Ley de Reconciliación . Foto EDH / José Zometa

Por Manuel Hinds

2019-05-23 7:30:32

El síndrome de Michael Jordan es una condición en la que caen muchos adolescentes, particularmente afroamericanos que, deslumbrados por la carrera de algún gran deportista, deciden que, siendo la estrella máxima de cualquier deporte, se van a hacer tan millonarios como él y abandonan todo por lograrlo. Dado que los Michael Jordan aparecen solo una vez en decenas de millones de personas, la inmensa mayoría de los que no hacen nada más que jugar y jugar para llegar a serlo descubre, cuando ya es muy tarde, que no llegaron a nada y que en vez de ser estrellas del deporte son adultos sin ninguna educación y perspectivas y hundidos en la pobreza. Quedan muy atrás de sus compañeros que no soñaron con un milagro sino que terminaron la secundaria y fueron a la universidad o a la escuela técnica y se formaron una vida confortable y útil.

Este síndrome se ha convertido en una fuente de pobreza.

Muchos países de América Latina han adquirido el síndrome, El Salvador entre ellos. Quieren que alguien invente un método para lograr un milagro económico que nos haga crecer a las mismas tasas que China, Japón, Alemania, Corea, Singapur y Hong Kong, sin tener que hacer nada de lo que hicieron estos países: invertir mucho en su gente para que pudieran producir más. En la espera de que ese milagro se dé, estos países viven en conflictos internos causados porque el milagro no se da y se culpan los unos a los otros por no lograrlo.
Este síndrome es realmente peor que el de Michael Jordan, porque los que sufren de éste al menos se entrenan en este deporte y sólo yerran al pensar que el talento que tienen es suficiente. El síndrome de América Latina sería comparable al de un muchacho que quisiera ser el siguiente Michael Jordan y que no hiciera nada para lograrlo, sin siquiera entrenarse o visitar la cancha, esperando que un entrenador, con un gesto mágico, lo pudiera convertir de inmediato en lo que quiere ser.

Uno de las características de los que sufren este síndrome es que desprecian los logros de los que buscan su desarrollo poco a poco, sin milagros. Exigen tasas altísimas de crecimiento automático o nada y pierden lo que otros países logran con tasas similares a las existentes en El Salvador y la América Latina. Las tasas anuales promedio de crecimiento del ingreso por habitante de Francia, Alemania, el Reino Unido de 1820 a 1913, el período en el que se convirtieron en desarrollados, fueron 1.4%, 1.5%, 1.3% y 1.7%, respectivamente. Como comparación, El Salvador creció 2.0% anual de 1920 a 1978 pero luego tuvo el descalabro de la guerra, durante la cual el ingreso por persona cayó en un 25% y se mantuvo sin crecer hasta 1990. Después de 1992 el crecimiento promedio anual subió a 1.7% —que aunque más bajo que el de los años de antes de la guerra, y mucho más bajo que el de China actualmente, es comparable a la tasa de crecimiento de Estados Unidos durante el periodo de su desarrollo y mayor que las de Francia, Alemania y el Reino Unido durante ese tiempo.

Pero hay una gran diferencia entre la manera en la que estos países utilizaron esas tasas de crecimiento y la manera en la que nosotros las hemos ocupado. Ellos usaron el crecimiento para invertir en la educación y la salud de sus habitantes y para desarrollar sus instituciones. Por ejemplo, Francia tenía en 1907 nuestro actual nivel de ingreso por habitante. Para ese tiempo, Francia tenía un sistema de educación y salud que estaba entre los mejores del mundo, ciudades bellas e instituciones políticas muy bien desarrolladas —todos estos síntomas de un alto nivel de capital humano. Todo eso lo pagaban basados en ingresos por persona similar al nuestro de ahora, y con tasas de crecimiento también similares a las nuestras. Lo que los franceses usaron para construir una nación muy desarrollada ya en 1907, nosotros lo hemos desperdiciado gastándolo en todo menos en lo que es la verdadera fuente del crecimiento y desarrollo: la inversión en nuestros ciudadanos.

Datos de Maddison Historical Statistics, Universidad de Groningen.
Máster en Economía NorthwesternUniversity