América Latina y el mundo, 30 años después de Berlín

Treinta años después de Berlín estamos entrando en un mundo donde la inteligencia artificial va pronto a ofrecer oportunidades casi sin límites para conocer el espacio, el cuerpo humano, para poner aún más lejos los límites de la edad.

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Brayan Gil Hurtado de Club Deportivo FAS celebra uno de los goles anotados a AD Chalatenango por la fecha 19 del Apertura 2019 en el Estadio Cuscatlán. Foto EDH / Lissette Monterrosa

Por Pascal Drouhaud

2019-12-01 6:00:41

En estas últimas semanas se habló mucho de las consecuencias internacionales de la caída del Muro de Berlín, en 1989, hace 30 años. Este acontecimiento significó el fin del conflicto bipolar llamado entonces “Guerra Fría”.
En 1991, la Unión Soviética se disolvió tras 70 años de comunismo expansionista, con la exportación de revoluciones, guerras, amenazas de bombas atómicas y la Tercera Guerra Mundial y luchas de clases en nombre del marxismo. La Caída del Muro de Berlín fue precisamente el principio del fin del llamado “Imperio del Mal”.

Técnicamente, la URSS desapareció en diciembre de 1991 por el arte de magia de un bolígrafo con el que Boris Yeltsin estampó su firma. Así el mundo entró en un nuevo concepto organizacional global. La intervención en 1992 contra Irak, que había invadido Kuwait, era una oportunidad para cristalizar la noción de completa occidentalización de los conceptos internacionales.

Los años 1989, 1990, 1991 y 1992 cambiaron el carácter del mundo, pasando de un bilateralismo basado en la tensión nuclear a un unilateralismo liderado por Estados Unidos.

La economía de mercado era el modelo universal. ¿Pero el unilateralismo podía ser viable en un mundo diverso, donde la mayoría de la población mundial vivía en condiciones precarias? ¿Cómo hacer vivir una forma de unidad global en la diversidad del mundo?

En los 1990, los Estados Unidos parecieron detener su fuerza, como si fuese sorprendido de su victoria política sobre la ex-URSS. Estados Unidos pareció erigirse en guardián de la paz mundial pese a reveses en operaciones como la de Somalia y Haití. Pero ese no era el enemigo más terrible que tenía que enfrentar.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 han sido el doloroso despertar a la realidad, después de años de ilusión. Samuel Huntington tuvo razón: la época post-Guerra Fría tan simbólicamente representada por Berlín dio nacimiento a otro choque de fuerzas: la guerra contra el terrorismo.

La llegada del factor religioso islamista en las relaciones internacionales, la desestabilización del Medio Oriente, la fragmentación del concepto de potencia mientras el mundo entraba en la revolución numérica, han creado un periodo que podemos calificar de “indeterminado”. Unos dirán “intermedio”.

Estamos aprendiendo a administrar la universalidad que nos procura la tecnología numérica pero estamos olvidando al ser humano. Tenemos este sentimiento de vivir entre dos mundos : uno clásico, cuyas reglas son asociadas a un conceptos de identidad, nacional. Se afirma que todo nace de la fuerza pública que puede todo. Se debe conquistarla. Es el gran regreso de la conciencia nacional. A la utopía de una mundialización feliz, basada sobre el mercado y el dólar, se interpone una profunda crisis de valores de la civilización occidental.

A esto se suma el emerger de nuevas potencias económicas mundiales como China, el regreso de Rusia y el reforzamiento de potencias regionales como Turquía, Irán. Estamos en un momento de posible inflexión, conciencia universal dentro de la cual la visión ecológica con la misión de “salvar el planeta” se confronta con la inflación demográfica ( más de 9 mil millones de habitantes al final de siglo), la escasez de los recursos naturales, el cambio climático versus la conciencia nacional, identitaria, como base de una nueva expansión. Estamos en un cruce donde habrá que decidir el mundo que queremos. Hoy en día se da la impresión que la imagen gana sobre las ideas. Un mundo en el cual la violencia se expande en las redes sociales mientras la benevolencia parece haber desaparecido.

Un mundo donde la Palabra de Dios es usada diariamente para liquidar a los adversarios (El Estado Islámico, a pesar de la muerte de su jefe, Abu Bakr Al Bagdhadi, tiene émulos en África). Gana el debate sobre la seguridad en una Europa fuerte de su espacio comercial pero débil de ver su voz política ausente del escenario internacional.

Treinta años después de Berlín estamos entrando en un mundo donde la inteligencia artificial va pronto a ofrecer oportunidades casi sin límites para conocer el espacio, el cuerpo humano, para poner aún más lejos los límites de la edad. Un mundo que está pensando en un cambio de sus formas de consumo para finalmente esperar sobrevivir. Las tensiones actuales sobre estos desafíos, que ya vuelven realidades, muestran las implicaciones en los sociedades entre conceptos de la época de la Revolución Industrial o lo que queda, y el mundo que entró en la nueva revolución, la numérica, después de la del fuego, de la imprenta y de la industria en el siglo XIX. Estamos en esta fase de coexistencia de dos mundos, uno que vive su último fuego artificial y el nuevo que está, poco a poco, imponiéndose en la organización social. Estamos viviendo también una nueva confrontación, entre una visión liberal occidental y la llegada de un islam político y militante: la caída del mesianismo comunista, la insatisfacción propiciada por el liberalismo occidental, lleva hacia nuevos universalismos con grandes contradicciones: estamos hablando de la posibilidad de ir sobre Marte antes del final del siglo XXI, de reparar casi de manera infinita el cuerpo humano. Un mundo donde la tecnología puede glorificar la inteligencia humana que va a enfrentar, dentro de pocos decenios, la inteligencia artificial.

Treinta años después de Berlín parece prevalecer una nueva confrontación: una visión en la cual prevalecen los derechos individuales, el respeto a las instituciones, y otra, que pone en primer lugar las soberanías nacionales. ¿Regresión o nueva evolución ? Treinta años después de la caída del Muro de Berlín nació un mundo intermedio, a la vez unido en una concientización a un ideal planetario que toma la forma del debate climático, de luchar contra las desigualdades tanto como en una voluntad de promover raíces que recuerdan las naciones. La universalidad tiende a borrar la noción de frontera. Pero finalmente, en pocas épocas hubo tanta demanda de frontera que hoy en día. Es una contradicción más de nuestro mundo que busca nuevo rumbo, en un ritmo acelerado, 30 años después de la caída del Muro de Berlín y del orden bilateral que había nacido de la victoria de los Aliados en 1945.

Politólogo, especialista francés en relaciones internacionales, presidente de la Asociación Francia-América Latina (LATFRAN). www.latfran.fr.