Al finalizar el Mes del Padre y del Maestro

Dios me ha bendecido con dos nuevos Carlos: mi hijo y mi nieto. Nuestro Señor permita que pueda trasmitirles el legado que aquellos tres Carlos —padre, hermano y maestro— dejaron en mi vida

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Por María Alicia de López Andreu

2019-06-28 5:44:48

Finalizando junio, mes en el que hemos celebrado tanto al padre como al maestro, escudriñando mis recuerdos me doy cuenta de cómo mi vida ha sido marcada de manera especial por hombres que se llaman Carlos.

El primer Carlos, por supuesto, mi padre y maestro. Para mí fue un héroe de fantasía que, a medida que crecí, conocí en su justo y gran valor. Amigo leal y sincero, poseía una inteligencia superior, don de gentes, corazón generoso, capacidad incansable de trabajo, dignidad, empatía y profundo sentido del deber. Su mayor distintivo fue su inmenso amor y entrega a la familia. No solamente a mi madre, mis hermanos y yo, sino también a sus padres, sus hermanos y sobrinos, su familia política; para todos ellos, en muchísimas ocasiones, fue gran apoyo en los momentos más difíciles. Siempre ecuánime, bien dispuesto, sereno. Le vi enojado por justas causas y nunca nos quejamos cuando recibimos algún coscorrón o nalgada, sabiendo que estaban muy bien merecidos.

Mi padre, sin ser un hombre religioso, supo transmitirnos el amor a Dios, a la Patria, a la familia y a la tierra. Nos inculcó eso que ahora llaman “ecología”, mostrándonos con el ejemplo, enseñándonos que “la tierra debe quererse”, educándonos para cuidar de todos los elementos (agua, aire) que nos dan vida y alimento. De igual manera nos transmitió el amor a la lectura, a las manualidades, a la música. Pero, su mayor legado, fue el respeto y la absoluta confianza que siempre existió entre todos nosotros, sabiendo que cada uno actuaría de manera correcta y buscando el bien. Ahora, ya tan mayor, varias veces al día tengo conversaciones con mi padre, escucho su voz, su risa y la frase que tantas veces me repitió: “Haz lo que tú creas que tienes que hacer, no lo que otros te digan; porque tú tendrás que vivir con la consecuencia de tus actos”. Gracias, papá, por seguir conmigo.

El segundo Carlos, mi hermano mayor, también mi maestro y casi otro padre: me enseñó desde andar en bicicleta, hasta la confusa contabilidad agrícola. Su carácter y personalidad fueron diferentes a los de papá, pero poseyó todos sus principios y valores. Él fue una de las mayores bendiciones en mi vida. De una sola pieza, sin dobleces, sin vuelta atrás. Capaz de grandes y difíciles decisiones, dispuesto a afrontar lo que surgiera. Su presencia y su apoyo fueron determinantes para mí, especialmente durante muchas terribles circunstancias que vivimos. Siento su presencia y le veo en los libros que leía, en los programas que le gustaban, en la naturaleza que tanto amaba.

El tercer Carlos (Vega) fue nuestro profesor de Literatura en la secundaria del Colegio de La Asunción. Nos hizo amar lo bien escrito, lo elegante, lo inteligente e igualmente nos sensibilizó a toda belleza, a lo bueno y admirable. Mediante analizar las lecturas, aprendimos a desechar lo inútil y a apreciar lo valioso. Su cátedra fue una verdadera lección de vida, que, como comentábamos recientemente con mi querida amiga Tere, perdura hasta el día de hoy, cuando quintuplicamos la edad que teníamos entonces.

Ahora, Dios me ha bendecido con dos nuevos Carlos: mi hijo y mi nieto. Nuestro Señor permita que pueda trasmitirles el legado que aquellos tres Carlos —padre, hermano y maestro— dejaron en mi vida.

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