Reflexiones en un karaoke

Los latinoamericanos continúan alegrándose cuando el Estado anuncia que iniciará una nueva empresa estatal, prometiendo incontables beneficios y utilidades al pueblo, cuando lo único en que se convierte es en otro ente deficitario más

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Dapena siguió sus convicciones y no participó del minuto de silencio. Foto retomada de @PontevedraViva

Por Max Mojica

2020-11-29 3:13:27

En su infinita sabiduría, Dios me concedió algunos dones, pero definitivamente entre ellos no se encuentra cantar. Darme cuenta de lo disfuncional de mis cuerdas vocales fue un proceso doloroso por demás. Desde pequeño, en cada vez que la oportunidad se daba, procuraba cantar. Ya fuese que se tratase de un acto en el kínder o ser voluntario para la estudiantina del colegio, bastaba una breve sesión con el profesor de música para que mi entusiasta ofrecimiento fuese amable rechazado.
Cantaba en el coro de la iglesia hasta que el sacerdote me solicitaba educadamente que mejor dedicara mis energías a alguna otra actividad parroquial, cualquier cosa, la que fuera, menos cantar. Pero cuando alguien quiere algo, busca los medios para conseguirlo, pronto descubrí una nueva opción para desarrollar mi vena artística: el karaoke.
Mis experiencias fueron variadas. Una vez que no había ningún otro participante, me gane un premio. Pero la mayor parte de las veces, los comensales —era tomando yo el micrófono— discretamente pedían la cuenta y salían del lugar. Eventualmente, la continua y sostenida evidencia me llevó a una sola e inevitable conclusión: más allá de cualquier otra cualidad que yo tuviera, el canto no era lo mío. No, yo no sería el próximo Camilo Sesto, lo mejor era que, francamente, me dedicara a otra cosa.
Sumido en esas reflexiones me encontraba, cuando fue ineludible para mi comparar mi incapacidad absoluta para el canto con la incapacidad casi connatural que padece el Estado cuando se mete a empresario. Los ciudadanos latinoamericanos continúan alegrándose cuando el Estado, con bombo y platillo, anuncia que iniciará una nueva empresa estatal, prometiendo incontables beneficios y utilidades al pueblo, cuando lo único en que se convierte es en otro ente deficitario más, que no quiebra casi de forma inmediata simplemente porque sus números rojos son generosamente cubiertos con nuestros impuestos.
El mal desempeño del Estado como empresario no es casual, ni está relacionado con el hecho que el inquilino de Casa Presidencial sea de izquierda o de derecha, la incapacidad del Estado para ser empresario es estructural. El Estado, por definición, carece de la mano de obra y dirección adecuadas ya que los cargos de dirección son, casi en su totalidad, escogidos bajo criterios políticos no técnicos. Es como si por arte de magia pretendiésemos que una persona con poca o nula experiencia en determinado rubro, solo por ser cercana o afín al círculo de poder, por ciencia infusa, adquiriese de forma instantánea el conocimiento necesario para ser un buen constructor, abogado, administrador de hospitales, analista financiero y otras diversas especialidades que se requieren para el éxito de los proyectos.
¿El Estado tiene éxito como constructor? Pues ahí tienen los proyectos de la presa El Chaparral, SITRAMSS y el Hospital El Salvador, como una muestra de la crónica ineficiencia del Estado que convierte sus proyectos en fuente de incapacidad y corrupción. ¿Toma de decisiones estratégicas? El Puerto de La Unión con una década sin funcionar y sin poder ser concesionada su administración, todo por pura miopía ideológica e incapacidad de dirección ejecutiva, y que, de paso, nos cuesta a los contribuyentes un millón de dólares anuales en mantenimiento, es una descripción gráfica de lo que es un elefante blanco.
¿Operatividad financiera y comercial exitosa? Ahí tenemos a la Lotería Nacional de Beneficencia, una entidad que a pesar de que por casi un siglo no ha tenido competencia, inexplicablemente es ineficiente, deficitaria y señalada por corrupción.
¿Eficiencia en la gestión? Cuando era un joven abogado, representé a France Telecom en la transición con la antigua ANTEL. Organizamos el departamento contable de la empresa estatal, ¿el resultado? el trabajo de trescientas personas era adecuadamente ejecutado por… siete de los nuevos empleados. Y esa muestra es solo un botón de todo la ineficiencia y corrupción que se encontró.
Toda empresa estatal no es más que un nido de contubernio político (ALBA PETRÓLEOS, ALBA ALIMENTOS y VECA son un ejemplo de ello), caja chica de funcionarios inescrupulosos, incapacidad de ejecución e ineficiente planeación, todo ello en perjuicio del pueblo en general.
¿Hasta cuándo despertará el pueblo y llegará a entender que el Estado es un terriblemente mal empresario?… quizás hasta un poco peor de lo que yo soy como cantante.

Abogado, Master en leyes/ @maxmojica