Abrir la mano

Abrir irrestrictamente la mano puede resultar peor que simplemente regular. Mal se combate el moralismo con simple amoralismo.

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Imagen de referencia. Foto/ Archivo

Por Carlos Mayora Re

2019-07-19 5:05:08

Hace algunos años, The Economist publicó un artículo en el que planteaba la espinosa cuestión acerca del papel que los gobiernos de los diferentes países podrían tomar para enfrentar la prostitución en la era de Internet, tomando en cuenta que hoy día comprar o vender sexo por medios cibernéticos hace casi imposible el control de esa actividad.

Muy en línea con su pensamiento, la revista concluía que tanto prohibirla como penalizar a los clientes resulta siempre improductivo; por lo que se decantaba por tratar el problema como una actividad comercial más, dejando que oferta y demanda regularan el mercado. Además, proponía que los gobiernos fueran meros espectadores con misión: encargados de regular abusos y garantizar las condiciones para que haya libre mercado.

Una vez asegurado lo anterior, el autor recomendaba que los gobiernos se enfocaran en disuadir y penalizar los delitos asociados: pornografía infantil, explotación de personas, inmigración ilegal, drogas, etc. Todo sobre el supuesto de dejar en paz a los ciudadanos adultos y libres que deseen comprar o vender pornografía. Como un negocio más, y ya está.

Releer esas consideraciones me trajo a la memoria la tesis de Michael Sandel, profesor de Harvard, quien es reconocido por destacar el hecho de que estamos pasando de economías de libre mercado, a sociedades de libre mercado, pues —sostiene— hoy en día prácticamente todo se puede comprar, y coherentemente, todo puede ser puesto en venta.

Lo anterior termina por hacernos pensar con una lógica peculiar, con una nueva sensibilidad en la que ya no hay consideraciones morales más allá de las ganancias y la satisfacción de deseos: incluso lo legal pierde sentido, pues si el mercado es lo único importante (ganar dinero es lo que cuenta), todo se vuelve amoral, y hablar de acciones éticas o contrarias a la ética carece de sentido pues el dinero en sí no es más que un instrumento, y, ya se sabe, ningún instrumento es sujeto de juicio.

Sin embargo, el mercado —y cualquier actividad en la que intervenga la libertad— no pueden no tener un trasfondo ético. Empezando por la tolerancia (concepto ético desde su médula) que The Economist pide para los gobiernos, y terminando en la consideración de que no solo el gobierno tiene responsabilidad en el clima moral en la sociedad, sino también todos nosotros, los que vivimos en la ciudad.

Oponerse a dejar sin regulación actividades que objetivamente causan daño a las personas (aunque las hagan con pleno uso de su libertad), a las familias y a los menores, no es convertirse en “moralistas” a secas, o insolidarios, ni es ser radicales que sólo quieren imponer las propias convicciones a los demás. Simplemente es ser responsables.
Sostener que la prostitución, el comercio y uso de la mariguana —de moda en estos días— o el surgimiento de “modelos” de familia que desfiguran y alteran la familia misma, deban ser regulados por la sociedad civil por medio de las instituciones gubernamentales (para citar tres casos) no es volverse sin más “moralistas”. Es evitar que padres de familia, educadores y todos los que tienen encomendada la importantísima misión de preparar las nuevas generaciones, tengan enemigos domésticos que desbaraten su trabajo formador.

La idea según la cual negocios son negocios, y que tanto la droga como la prostitución deberían enfocarse con una lógica económica para controlar sus efectos dañinos está muy extendida. Pero tratar simplemente como negocio actividades que perjudican a las personas, no resuelve los problemas de salud, adaptación social, fracasos familiares, adicciones, etc., que conllevan.

Abrir irrestrictamente la mano puede resultar peor que simplemente regular. Mal se combate el moralismo con simple amoralismo. Puede ser que el mercado funcione mejor que el Estado, pero no es responsabilidad del mercado proteger a los más vulnerables, promover la dignidad de hombres y mujeres, o garantizar los derechos de las personas.

Ingeniero

@carlosmayorare