A 50 años de haber caminado en la Luna

Ya es tiempo. Regresar a la Luna es un imperativo, ya no como objetivo militar, sino por la ciencia, la economía y la cultura. Para las empresas privadas es una rica fuente de recursos energéticos y minerales. Para las agencias espaciales es un punto intermedio antes de emprender la aventura a Marte.

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Imagen de referencia. Foto/ Archivo

Por Napoleón Cornejo

2019-07-19 5:08:34

Herman Melville, autor de Moby Dick, describió a todos los exploradores cuando dijo: “Estoy atormentando con un eterno deseo por cosas remotas, ansío navegar por mares prohibidos”.

La evolución humana se ha encargado de poner en nosotros un impulso por explorar y conocer lugares desconocidos. Ya sea sobre troncos a las islas del Pacífico sur hace decenas de miles de años, en barcos a América hace 500 o a la Luna en naves espaciales hace 50, a pesar de los riesgos y las dificultades, hay un insaciable deseo por alcanzar lo inexplorado.

De todas las frases dichas en relación con las misiones a la Luna, mi favorita es la que pronunció el presidente Kennedy el 12 de septiembre de 1962 en Texas: “Escogemos ir a La Luna. Escogemos ir a La Luna en esta década y hacer todo lo demás, no porque sea fácil, sino porque es difícil”. Con esto le otorgaba un sentido al tremendo esfuerzo que representaba llevar seres humanos a la Luna. Era extremadamente difícil, pero por eso también valía la pena. Había que inventar materiales que aún no existían, computadoras que jamás se habían diseñado, cohetes que jamás se habían construido y máquinas que funcionaran en ambientes aún no conocidos.

El reto era monumental, pero el ímpetu y la entrega de NASA durante la década fueron imparables.

Con el programa Mercurio aprendieron cómo poner un ser humano en órbita y traerlo de regreso a la superficie. Con el programa Gemini aprendieron cómo construir las naves para mantener astronautas por largos tiempos y a maniobrar en el espacio. Con esas experiencias bajo el brazo, el programa Apolo llevó a Neil Armstrong y Buzz Aldrin a la Luna el 20 de Julio de 1969. Dar pasos en esa superficie gris y desolada es sin duda alguna uno de los hitos más épicos en la historia de la humanidad.

Cada uno de los astronautas sabía perfectamente el riesgo que corría. El cohete, esencialmente una bomba, podía explotar. La trayectoria hacia la Luna podría estar errada y perderlos para siempre en el espacio. El módulo lunar podría no despegar. El escudo de calor podía fallar para quemarlos mientras entraban de nuevo en la atmósfera de la Tierra. Pero así como nuestros antepasados se lanzaron hace 14,000 años al inhóspito desierto de Siberia y llegaron a América, así los astronautas sortearon 380,000 kilómetros de vacío y radiación para llegar a un nuevo mundo.

¿Y de qué ha servido? ¿En que nos afecta hoy? Olvidemos por un momento que el destino inevitable de la humanidad está en el espacio. Durante las misiones Apolo el presupuesto de NASA llegó a costar alrededor de 4.4% del presupuesto federal de Estados Unidos, pero produjo un sinnúmero de beneficios aquí en la Tierra. Los hornos microondas, sistemas de refrigeración eficientes, comida para bebés, ropa aislante para deportistas, suelas de zapatos con amortiguación, trajes para bomberos, sistemas de navegación para aviones, comunicación celular y hasta los techos retirables en estadios son herencias de la tecnología que tuvo que ser inventada por NASA para cumplir con la misión que les había encomendado el presidente Kennedy. Algunos calculan que por cada $1 invertido en los programas espaciales, $8 regresan a la economía en forma de nuevos productos, servicios y empleos.

Pero desde 1974 nunca nadie más volvió a la Luna. La Guerra Fría terminó y los presupuestos se redujeron. Y con el paso de las décadas dejamos de soñar como antes. La tecnología ha avanzado exponencialmente y tenemos robots trabajando fuera del Sistema Solar, pero ningún humano ha vuelto a salir de la órbita terrestre.

Ya es tiempo. Regresar a la Luna es un imperativo, ya no como objetivo militar, sino por la ciencia, la economía y la cultura. Para las empresas privadas es una rica fuente de recursos energéticos y minerales. Para las agencias espaciales es un punto intermedio antes de emprender la aventura a Marte. Así funciona la historia humana. Ya hace 50 años se marcó el camino y es hora de retomarlo.

Ingeniero Aeroespacial salvadoreño, radicado en Holanda.