Dualidad del rostro de la divinidad

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Por Carlos Balaguer

2019-04-25 6:32:28

Ira Anityatä, la muerte, fue mostrando al arquero peregrino la gracia de su apacible y sempiterno reino de felicidad “¿Ves ese chico que corretea feliz por la playa, detrás de su globo de colores?—dijo—. En vida fue un niño inválido, atado por siempre a una silla, como un pájaro sin alas, como un rayo de sol sin poder encenderse en la aurora. Un día murió y se convirtió en pájaro”.

Una pareja de enamorados, sentados bajo una florida enredadera, vivían eternamente abrazados. Ira explicó: “Esos amantes, atados felizmente uno al otro, fueron en su anterior existencia dos almas gemelas que la vida separó, orque yo misma soy la vida. Porque no siempre es la muerte quien nos separa de lo amado, sino el mismo andar y el mismo vivir sobre el impiadoso erial: El desolado Sansara o desierto de amor. Sórdido páramo que todo nos lo da y nos lo quita. Las desdichadas urbes de los desvanecidos y anunciados anhelos. Que roba al atardecer el perfume y la lozanía de las mismas flores tempranas que hizo abrirse en el amanecer. De igual manera como nos quita de un solo golpe la eternidad de un día y la brevedad de un siglo”.

El arquero descifró el enigma de Ira: el lado derecho de su rostro era la Vida. Anityatä era parte de una dualidad divina de la Creación. Cuando la divinidad estelar cierra sus ojos y al despertar vuelve a resplandecer la vida.