No se vale instigar la desconfianza

En momentos de sobreinformación, las malas prácticas se contrarrestan con las buenas prácticas, como la comunicación oportuna de los acontecimientos, la promoción del bien común, el papel fiscalizador de la función pública, el respeto a la dignidad, corroborar los hechos

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Por Carlos Domínguez

2019-04-25 6:30:28

Buenas prácticas y un compromiso real desde el Estado son necesarios para el ejercicio del periodismo. En el primer caso, es parte de la actividad del comunicador social, quien es responsable de obtener información de manera honesta y de presentarla sin tergiversaciones, como diría San Pablo VI.

Esa es la esencia del Decreto intermirífica, emitido el 4 de diciembre de 1963, al cierre de la sesión pública del segundo periodo del Concilio Vaticano II. Evidentemente los tiempos han cambiado, pero no la naturaleza y el sentido de tal responsabilidad. Algunos han considerado el periodismo como una misión y como pasión: Guillermo Cano y Gabriel García Márquez, en Colombia; y Ryszard Kapu?ci?ski, el polaco que cubrió revoluciones, golpes de Estado y conflictos armados en Asia, África, Europa y América, entre 1964 y 1981. Por cierto, es autor de La Guerra del Fútbol, el reportaje que narra la Guerra entre El Salvador y Honduras en 1969, parte de una serie de relatos sobre conflictos en varios países.

Estos personajes del periodismo fueron testigos y actores de una época en la que, en la práctica, era ejercido por una élite; unos pocos que contaban con mucho conocimiento de cultura e historia. Por alguna razón no es así ahora, cuando en todas partes predomina la desconfianza de todo y de todos: el periodismo no es la excepción.

Tome en cuenta que así como existe la verdad, también siempre ha habido mentira: noticias falsas se le suele llamar, aunque en la práctica, es desde una perspectiva y uso del lenguaje que atiza el fuego para generar falta de credibilidad, lo que deriva en insultos, descalificaciones, amenazas e intimidaciones. La situación es más sensible cuando los autores de estas son los gobiernos.

Si bien hay asuntos que mejorar, como la falta de pasión, de rigurosidad, no dar contexto a las noticias, no brindar antecedentes, colocar su propia opinión, no controlar el ego, no aceptar críticas; no se vale instigar la desconfianza bajo el argumento de que todo está mal, o que no sirve de nada el periodismo, porque este es parte de la libertad de expresión, que ha sido catalogada como la piedra angular de la democracia.

El panorama se complica cuando desde sitios en Internet con apariencia de periodísticos se pretende “romper la desinformación” que brindan los medios. Un desenfoque total del trabajo, ya que este debe servir a la sociedad. No es un hobby, como admitió con una dosis de sinceridad- quiero creer- uno de los responsables de tales sitios; caracterizados por no brindar datos fundamentales, como forma de financiamiento, los integrantes de su plana editorial o quienes escriben, por ejemplo. Algo similar ocurre con los blogueros, youtubers o los que desde redes sociales ocultos en el anonimato que brinda Internet publican lo que les place sin cumplir con la mínima norma de comprobarlo.

¿Tienen derecho a expresarse? Sí. ¿Hay que censurarlos? No. Si bien era otro contexto, expresiones “inofensivas” fueron el origen de los abusos de los Años Setenta, en que hubo persecución, atentados, exiliados, y asesinatos de periodistas tanto locales como extranjeros. La emboscada a los cuatro periodistas holandeses en Chalatenango, el 17 de marzo de 1982, es un caso tipo de extremos a los que lleva la descalificación de la profesión.

En momentos de sobreinformación, las malas prácticas se contrarrestan con las buenas prácticas, como la comunicación oportuna de los acontecimientos, la promoción del bien común, el papel fiscalizador de la función pública, el respeto a la dignidad, corroborar los hechos. Fundamental, además, que desde el Estado haya un discurso público y acciones favorables a la libertad de prensa. No ocurrió en aquella época, hubo sesgos en los primeros años de posguerra; y en la última década el país ha retrocedido en los indicadores de libertad de expresión.

Periodista