El reino feliz de Ira Anityatä

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Foto EDH/Lissette Monterrosa

Por Carlos Balaguer

2019-04-24 5:26:32

Ira Anityatä, la muerte, era el ser astral más sombríamente piadoso que nadie antes conoció. Apartaba a los hombres del dolor de vivir. Aunque su condena era segar la espiga madura y cortar los lazos que encadenan el alma al mundo ilusorio y fugaz del Sansara. Ese disperso arenal que es el desierto de la vida y del renacimiento. Inmensurable mar de arena, donde navegan al garete los navíos humanos en el naufragio de su suerte y renacer. Algunos de ellos, esperando cada día que Ira les aparte del tormento o les devuelva su última esperanza. Las doradas arenas de Irania, el reino de Ira, brillaban bajo el ardiente sol equinoccial. Los dos viajeros arribaron a sus costas, después de cruzar el anchuroso Olín, el río del destino. Irania, reino de todo lo perdido, era en verdad un lugar sorprendentemente feliz.

Estaba cubierto a todo lo ancho, por las flores que un día secaron bajo el sol y hoy eran eternas y perfumadas. Alumbrado por blancas y refulgentes nubes que un día fueron lluvias que se disiparon sobre el campo. Así era Irania, el feudo inverosímil de todo lo perdido. En el trayecto Ira Anityatä fue mostrando al desconcertado viajero de los mapas de gacela todo lo que ocurría allá. Algo parecido a lo que sucedía en algún lugar del alma humana.