La cruz, decoración o el recuerdo de Cristo crucificado

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La PNC se acercó al sector donde estaba la afición de Alianza para evitar que la trifulca pasara a más / Foto Por Tomada de @williamradios

Por Rolando Simán  

2019-03-10 10:13:20

En la antigüedad, la cruz era usada como un método de ejecución de los romanos, la llamada crucifixión. Lo aprendieron de los cartagineses y fue ampliamente utilizado en el Imperio Romano y en culturas vecinas del Mediterráneo. Fue abolida hacia el año 337, después que el cristianismo fuese legalizado por el emperador Constantino.

La crucifixión era considerada como la forma más humillante y cruenta de morir: clavado en un poste, semidesnudo, con un cartel sobre la cabeza y expuesto a la intemperie hasta que la inanición, las heridas, los calambres y la asfixia acababan con la vida del delincuente.

Previo a la crucifixión, los condenados eran flagelados, según los historiadores Tito Livio y Flavio Josefo. El látigo era un instrumento de mango corto formado por cuatro o cinco correas de unos 50 centímetros de longitud, en cuyos extremos llevaban huesos de ovejas con aristas y bolas de plomo.

Este horrible suplicio lo aplicaban los romanos a los esclavos, rebeldes y delincuentes. Sin duda, el primer uso de la cruz no era como un elemento decorativo o una joya con su forma para que alguien la portara.

Pero todo dio un giro a principios de nuestra era, cuando los romanos crucificaron a un judío llamado Jesús: “Los sumos sacerdotes, ancianos y letrados ataron a Jesús, lo condujeron y se lo entregaron a Pilato. Él les respondió: ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos (en vez de Barrabás)? Pues comprendía que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pilato respondió otra vez: ¿Y qué quieren que haga con el que llaman rey de los judíos? Gritaron: ¡Crucifícalo!” (Marcos 15: 1, 9 -10 y 12-13).

Jesús fue azotado y crucificado, pero también “los soldados trenzaron una corona de espinas y se la colocaron en la cabeza, y pusieron una caña en su mano derecha. Después, burlándose, se arrodillaban ante él y decían: ¡Salud, Rey de los Judíos!” (Mateo 27: 29)

La historia no termina con la crucifixión y muerte de Jesús. Él resucitó al tercer día y antes de subir al cielo, “los once discípulos fueron a Galilea, al monte que les había indicado. Jesús se acercó y les habló: Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado” (Mateo 28:16 y 18-20).

Pero no fue hasta el siglo IV cuando la cruz se convirtió en el símbolo predilecto para representar a Cristo y su misterio de salvación. Los cristianos, entonces, fueron dejando otros símbolos utilizados, como la figura del pastor o el pez. Las primeras representaciones de la cruz ofrecen un Cristo glorioso, con larga túnica y con corona real. Solo más tarde, con la espiritualidad de la Edad Media, se le empezó a representar en su estado de sufrimiento y dolor.

Y así fue como la cruz se convirtió en el símbolo del cristiano. La cruz, símbolo de fracaso, crueldad y humillación se transformó en la insignia de la Resurrección, de la victoria, de la fe y esperanza en Cristo resucitado, nuestro Salvador.

En la actualidad, cuando entramos a una joyería, encontramos cruces de oro, plata u otros materiales y de los más variados diseños. Algunas con piedras preciosas incrustadas. Muchos la usamos colgada al cuello pendiendo de una cadena o la obsequiamos, pero sin el sentido de su verdadero significado: el recuerdo del amor de Dios Padre hacia nosotros, el mismo amor que permitió que el Cristo, su Hijo, diera su vida, crucificado por nosotros sus amigos. Un misterio de fe, comprensible únicamente por la gracia divina.

En lo personal, llevo una cruz con mucho cariño; me la regaló mi madre hace muchos años. Pero hasta hace un tiempo he vivido su verdadero significado y me ha motivado a compartirlo. No nos quedemos con la pura exterioridad.