Propuestas y promesas

descripción de la imagen

Por Carlos Mayora Re

2019-01-18 9:54:55

Para quienes piensan que el próximo 3 de febrero se trata de decidir las mejores propuestas después de haber sopesado la maraña de promesas que han presentado los candidatos, confiar, simplemente fiarse de alguien, dejándose llevar más por los instintos que por los razonamientos, puede parecer demasiado simple.

Sin embargo; en esta época de noticias falsas y demagogia populista, en esta híperinformada sociedad para la que, dentro de dos semanas, decidiremos quién ocupará temporalmente la cabeza del gobierno, creo que, como siempre ha sido, a la hora de dar nuestro voto resultará más determinante confiar que entender.

El galimatías de los analistas políticos, las enconadas peleas en las redes sociales, el vacío cascarón envuelto en rimbombantes proyectos presentado por uno de los candidatos, o el intento de desmarcarse del propio partido político a fuerza de repetir consignas y razonamientos, puede haber reforzado en muchos la convicción de que la política es esencialmente compleja.

Sin embargo, tengo el convencimiento de que la complicación de la política está sobrevalorada. Quizá porque en la lucha por hacerse con el poder se ha perdido de vista que, a fin de cuentas, la misión principal de los que gobiernan es hacer mejor la vida de todos los ciudadanos.

Incluso, observando ciertos momentos de la actual campaña, uno podría llegar a la conclusión de que son los mismos candidatos los que han perdido de vista el fin. Por ejemplo, uno de ellos se ha desgastado tanto atacando a sus rivales que, a la hora de —¡al fin!— mostrar su plan de gobierno lo único que expuso fue su falta de capacidad (y de honestidad, por cierto) para cualquier proyecto serio.

Al final del debate del domingo pasado publiqué en Twitter que lo más valioso del evento fue la oportunidad de los contendientes para ganarse la confianza de los electores. Un amigo me escribió preguntándome la razón de mi comentario pues, de acuerdo con su criterio, pedir la confianza no es ni una propuesta ni una promesa, y el debate estaba destinado a presentar ambos tipos de proposiciones. Le respondí diciéndole que de acuerdo con mi perspectiva, la confianza que cada candidato pudo generar es, al final del día, la verdadera razón por la que otorgamos a alguien nuestro voto.

Solicitar una oportunidad después de haber expuesto planes, soluciones, medios, etc., apela al núcleo de la lógica que subyace en cualquier postulación para un cargo público: votamos por confianza, más determinantemente que por concordancias ideológicas o viscerales.

Sin embargo, votar no se trata solo de creer, de dar un cheque en blanco. Votar también supone enviar un mensaje político, y el que pienso dar el próximo 3 de febrero con mi voto es: basta de corrupción, basta de ineptitud, basta de polarización y odio de clases. Urge renovación, decencia, moderación, capacidad. Es impostergable empezar a pensar prioritariamente en el bien de los ciudadanos por encima del interés particular.

Por supuesto que ninguno de los candidatos es monedita de oro que a todo el mundo gusta. Por descontado que puede uno estar más o menos de acuerdo con sus planteamientos, estrategias, promesas, etc.; y que en el fondo “parecería” que todos —unos más que otros— podrían hacer las cosas que han puesto sobre la mesa.

Todo sumado, entonces, lo que sí es muy importante tomar en cuenta a la hora de votar, es confiar en la capacidad ejecutiva de aquél a quien demos nuestro voto, y en la honestidad manifestada en su trayectoria vital.

Quienes consideren que la ideología, o la corriente política del candidato son determinantes, están en su derecho. Para mí, es más importante que quien nos gobierne tenga claros los problemas, capacidad probada para enfrentarlos, decencia en su vida personal y en su trayectoria pública.

Ingeniero
@carlosmayorare